El músico y poeta Xisco Rojo, salmantino pero cosmopolita, se ha acercado hoy hasta La Plaza Invisible para traernos un pequeño y precioso libro, casi una plaquette, un cuadernito impecable lleno de misterio y de belleza, una lección de buena poesía: Aquel incendio.
Y ningún libro mejor que este (publicado en Valladolid por Ediciones Venera) para exponer la teoría del cohete y la cometa: la poesía ha de volar alto, sí, pero controlada, para que no se pierda.

Juan Marqués / @jmarquesmartin
Sean cuantos sean los años por delante en los que todavía sea posible publicar poesía verdadera, poesía «literaria», lo mejor seguirá siendo que, no leyéndola nadie, podremos escribir en ella con total impunidad las cosas más extremas, las más herméticas y personales, las más desaforadas y comprometidas ante la ley. Nadie se enteraría y, si se enteran, dará lo mismo: cualquiera entiende que lo poético, por pura vocación, queda al margen de todo.
No hay nada ilegal en el pequeño libro que publicó en noviembre nuestro idolatrado Xisco Rojo (Salamanca, 1980), pero sí vemos en él que es consciente del secreto, de la confabulación, del idioma iniciático, de las claves, acaso de los arcanos. No es su primer libro, pero sí tiene algo de re-debut o, si se me permite el absurdo, vendría a tratarse de una segunda ópera prima. (Si en los poemas podemos decir disparates sin ninguna consecuencia, ¿qué no podremos hacer al reseñarlos?…)
no tanto su lenguaje, muy contenido, como en su espíritu, el libro tiene miras muy amplias, horizontes anchos en el espacio y conciencia flexible del tiempo
Protegido por una cubierta memorable de Riki Blanco (pero evitaremos los chistes sobre lo de Rojo y Blanco…), Aquel incendio sólo comprende veinticuatro poemas, pero caramba. Punteado con rimas intermitentes, y recurriendo a veces a adjetivos arriesgados, por no decir temerarios (quiero decir valientes: «el paso quedo de un baile», «esas palabras lacias», «sus silencios pardos»…), es un libro en el que se coquetea de modo tan elegante como casi explícito con las vanguardias históricas, poniendo un poco al día sus conquistas.
No tanto en su lenguaje, muy contenido, como en su espíritu, el libro tiene miras muy amplias, horizontes anchos en el espacio y conciencia flexible del tiempo, atrapado el poeta entre «un escalofrío antiguo», si se vuelve la vista atrás, y constatando, si se mira hacia delante, que «está ladrando el futuro».
Pero hay que insistir en la actitud, que no es nada desbocada en las formas pero sí deliberadamente desinhibida entre líneas, muy personal, algo difícil y muy esmerada: sin mucha retórica, sin casi barroquismo, sin ni siquiera apenas humor (algo rastreable tal vez en algunos títulos: La muette…), Xisco Rojo se desata (sin perder en ningún verso los papeles), y hace que su poesía vuele alto.
xisco rojo, aunque utiliza imágenes de abierta ascendencia surrealista, se arraiga en la mesura
Eso sí: la poesía no es un cohete que uno lanza, quedándose luego a mirar cómo sube, cómo se aleja, a qué distancias inconcebibles llega, desentendiéndose de sus alcances o sus fiascos… No: la poesía ha de ser más bien una cometa: hay que hacer que vuele muy libre y muy contenta, pero bien sujeta por la mano de su autor, que ha de responsabilizarse plenamente del resultado, que ha de preocuparse de que no se malogre o no se pierda.
Xisco Rojo lo sabe y lo hace y, aunque utiliza imágenes de abierta ascendencia surrealista («la fresa congelada / de tu subconsciente»), se arraiga en la mesura. La auténtica transgresión del lenguaje no es esa, tan común entre los malos poetas, de alterar la sintaxis, subvertir la gramática, acuñar neologismos pueriles o jugar con las tipografías y la maquetación: es más bien la que pasa por las asociaciones audaces, la que reinventa el léxico de siempre, la elección de palabras que se juntan y se alían en significados nuevos, la fidelidad a una realidad que, sin embargo, modelamos a nuestro antojo con nuestros signos: «Las vacas y la muerte miran al mismo sitio: / una ligera opacidad, un destello / en las colinas / donde los ríos dan vueltas / y las rocas se cuartean»…
Aquel incendio es un libro relativamente oscuro, en los dos sentidos: medio críptico, por un lado, y no precisamente alegre, por otro, pero no exhibe ninguna de esas características de un modo pronunciado. También en eso es moderado y cortés con el lector. Y es un libro que reinaugura lo que vemos, lo que somos y lo que hay, como ha de hacer todo libro de poemas. Un libro meditativo y observador a la vez, introvertido, impresionista y volcado hacia paisajes externos o incluso sociales. Y tiene incluso un punto visionario, con algún verso que implica una maldición amarga: «Nunca más habrá silencio»…
Se busca en él otra vida, otros ritmos, otra Historia. Se pone el acento en el instante (aunque pueda ser un instante remoto) y en lo sensorial, en la mayor o menor luz, y, si se me permite una paradoja que muchos compartimos, se busca la comunicación en la soledad, la compañía en el silencio, tomarse una cerveza con la noche, tirarse a una piscina en el desierto. Se busca tutearse con los dioses, sin perder la humildad. Y se anhela ante todo lo genuino, las tildes que hay en el lenguaje oral.
UNA TUMBA EN EL AIRE
Negra leche del alba, que enciendes
La brisa y consumes la tarde
Y la mañana;
Será hoy cuando abramos
Un nuevo hueco en las manos
Donde quepa el dolor, y regrese
El olvido atontado,
Como cuajado de años.
Sostendremos algo extraño;
Silbaremos en siseos
Sin sabernos sus silencios, por la noche,
Entre almohadas –plateadas–
De serpientes
Que se abrazan al presente
Como un sastre a un maniquí,
Y sabremos que si estalla
Lo hará justo a contratiempo.
Tú, mi ángel gris silente,
Tú, mi tenue margarita.
*Ficha técnica: Xisco Rojo, Aquel incendio, Valladolid, Ediciones Venera, 2022