¿Cuál es la relación que tenemos con el pasado, y cuál con nuestro pasado, y cómo se comunican entre ellos esos tiempos antiguos, ya sean históricos o privados? ¿No son los troyanos o los piratas nuestros primos hermanos? ¿No nos mandan una postal por Navidad? Y el amanecer del mundo, ¿no sucedió sobre nuestra cuna?
Autor de cuatro libros de poemas, el profesor Juan de Dios García (Cartagena, 1975) se ha pasado por La Plaza Invisible con el último de ellos bajo el brazo. Se trata de Canto fenicio, publicado en abril de 2022 en Albacete bajo el sello de Chamán Ediciones.

Juan Marqués / @jmarquesmartin
Tras cuatro estupendos libros publicados, los mimbres temáticos fundamentales de la poesía de Juan de Dios García (Cartagena, 1975) están bien a la vista de todo aquel que quiera verlos: la memoria familiar (muy especialmente el recuerdo del padre) y, en general, un retorno a la infancia y a la adolescencia, con todos sus peajes necesarios y alguna herida abierta; cierta mitomanía explícita, volcada menos en lo literario que en lo musical (mucho Bowie, mucho Coltrane, mucho Sex Pistols…), y no poco merodeo de bares, de juergas, de excesos, de madrugadas ante el Mediterráneo, con más de una resaca traducida a palabra (pues «sabes ya que leer a Homero es lo mismo / que beber vino frente al mar»…, se leía en Nómada, su primer libro).
Y también se da una observación callejera relacionada con ciertas inquietudes o curiosidades sociológicas (que a su vez tienen que ver –aunque casi nunca lo reconoce– con su trabajo como profesor), alguna concesión a lo onírico, más de un roce con la mitología (con una especial obsesión por la figura de Sísifo) y, en general, una mirada muy consciente al mundo antiguo, un remontarse a las raíces de las civilizaciones para explicar el hoy. Lo decía en unos versos de Ártico, su segundo libro: «Si me das a elegir, / siempre estaré del lado de los griegos».
O, dicho de otro modo, ya en su nuevo libro: «El mar de Ulises, sí, y en la otra orilla los veranos de Mojácar». Lo cual quiere decir echar la vista atrás, muy atrás, para poder pensarse a sí mismo con buena perspectiva. Néctar y salmonetes. Hidromiel y paellas. Un Olimpo que mira al mar Menor.
Hay algo descarnado en el humor al que ha desembocado Juan de Dios García, seguramente tras haber escrito mucha, muchísima más poesía que la que le hemos podido leer
Ya en el primerísimo poema de su primerísimo libro se decía que «Marcaste la salida / con unas cuantas metáforas sobre barcos», y un viejo velero es precisamente lo que nos saluda desde la cubierta de su nueva obra, Canto fenicio, en el que García abandona el verso de siempre y se lanza al agitado mar del poema en prosa.
Hay algo descarnado en el humor al que ha desembocado Juan de Dios García, seguramente tras haber escrito mucha, muchísima más poesía que la que le hemos podido leer, y que habrá llenado papeleras y ceniceros. Es lo que tiene la búsqueda de trascendencia, de verdades que arañar en donde sea, de explicaciones que puedan satisfacernos o por lo menos calmarnos por un momento: «Llevo un grito dentro que no sé cuándo reventará».
«Dios es sólo una sílaba», leíamos en Un fotógrafo ciego, su tercer libro, pero hay que recurrir a ella, a Él, para empezar a entender lo que andamos anhelando. Lo decía el poeta en otro verso de Nómada: «No rechaces a Dios, hazlo literatura». Con la épica o con la Historia sucede lo mismo que con la teología: ni somos creyentes ni eruditos, pero necesitamos alguna grandeza por todos lados para poder elevar de algún modo nuestra pequeñez. Dios es una sílaba, sí, y también una gran metáfora, tal vez la más poderosa. Y el pasado es un agujero, pero un agujero que nos hace caer hacia arriba.
Los griegos o los egipcios o los beduinos o ahora los fenicios que desfilan por los poemas de García no remiten en ningún sentido a lo remoto, sino que se refieren muy directamente a nuestro presente. Son símbolos de algo que tenemos al mirar por la ventana, pues él se va muy lejos en lo cronológico (aunque sea, como decimos, un vértigo relativo, un viaje no tan largo), pero no en lo geográfico: hay que observar que él no alude a los chinos, ni a los incas… No: él se queda siempre en lo cercano, los aqueos, Tiberio, los tuaregs… Nunca deja de hablar de la familia.
una primera conclusión sobre su obra: lo frecuente y lo extraordinario unidos, lo metafísico irrumpiendo por sorpresa en lo terrenal y partiéndolo
Cuando Buñuel y Dalí querían burlarse de su amigo Lorca le llamaban «el García», pretendiendo así despersonalizarle, asimilarle a la masa, banalizarle…, sin darse cuenta de que, retorcidamente, le estaban haciendo el mejor regalo que se le puede hacer a un poeta, que es el de hacerlo colectivo, una multitud en un solo cuerpo, una metonimia de toda la humanidad, alguien proteico y whitmaniano. Juan de Dios García lleva a Yahvé en el nombre, separando un nombre tan común como Juan y el apellido español más extendido, de modo que en su nombre late ya toda una lección de poesía, y también una primera conclusión sobre su obra: lo frecuente y lo extraordinario unidos, lo metafísico irrumpiendo por sorpresa en lo terrenal y partiéndolo: «Hagan la prueba. Hablen con alguien una hora sin que pronuncie la palabra yo».
Y hay también en sus poemas, claro, un desencanto, un desasosiego complicado de expresar. García lo intenta de forma sublime en el poema de salida de Canto fenicio: «Huele a fiesta terminada hace siglos. El hacha gotea sobre la tierra seca. Fumo frente a la chimenea y me fundo con la leña ardiente. Me haré un caldo con los huesos de esta civilización».
«Él llega de trabajar en el desierto», se leía en Nómada, y no es mala definición de lo que un poeta hace, del mismo modo que otro poema de aquel libro inaugural hablaba con mucha verdad sobre lo que es un poema: «Esta fruta no viene del árbol / sino a través del árbol. / Es un largo viaje».
Entre los bares y los barcos, Juan de Dios García se sienta en la arena y mira a lo lejos, pero no hacia el mar, sino recogido, hacia sí mismo, hacia nuestras raíces, hacia lo profundo.
AUTODEFENSA
No pienso ir al campo a escuchar el poema del silencio. Que no me apunten al club de amigos del gorrión y la amapola. El sosiego lo encuentro en los rincones que han oído los latines de Tiberio, la lonja de subastas en la Cofradía de Pescadores, el ruido antiguo de chulería y navajazos, la trompeta bíblica, el zumbido de las serpentinas en Nochevieja, el swing del cine mudo…
No me voy a sentar en el porche a contemplar el atardecer.
En la urbe puede camuflarse, pero en campo abierto, donde un poeta va, todas las langostas le persiguen.
*Ficha técnica: Juan de Dios García, Canto fenicio, Albacete, Chamán, 2022
*Más La Plaza Invisible: Helena Mariño/Los bañistas – Ignacio Vleming/La revolución exquisita – Sara Martín/La nimiedad –