Cincuenta años sin Pizarnik

Pizarnik

«alguna vez

alguna vez tal vez

me iré sin quedarme

me iré como quién se va»

Pizarnik

Hace cincuenta años, el 25 de septiembre de 1972, una poeta decidió irse sin quedarse. Un bote entero de barbitúricos silenció para siempre la mirada oscura, atrapada en cárceles corporales, sexuales y sociales, de Alejandra Pizarnik (Avellaneda, 1936 – Buenos Aires, 1972). Solo tenía 36 años, pero le bastaron para impactar de una forma extraordinaria en sus coetáneos y generaciones posteriores con una obra poética dolorida, extraordinariamente veraz, indiscutiblemente talentosa. Es, sin duda, una de las poetas esenciales de nuestro siglo XX.

Núria Ribas / @nuriaribasp

Alejandra Pizarnik convivió con sus monstruos casi desde el principio. De familia inmigrante rusa-eslovaca, una visión poco amable de la vida la atravesó desde su infancia. En la adolescencia se acrecentó una manera sufriente de habitar el mundo y ahí se gestaron, además de una depresión profunda que la empujaría al abismo, las obsesiones que pueblan toda su poesía y también su obra en prosa (sus diarios y epístolas).

Obsesiones que fueron, a la vez, gasolina creativa y fuego existencial: la búsqueda de la identidad (cultural, pero también sexual y de género); el desarraigo; la construcción de una subjetividad que no encajaba con lo que se esperaba de ella; la infancia perdida, con una hermana rallando la perfección y una madre que las comparaba constantemente; y, por supuesto, la muerte, el gran tema en Pizarnik.

«No toda la literatura de Alejandra Pizarnik es tan siniestra, tan oscura. Hay partes de sus Diarios en las que expresa otras cosas, otros colores, y también lo hace estupendamente bien. Tenía un talento fuera de toda duda», explica Juan Marqués, poeta y crítico literario. «Lo que impacta de Pizarnik es que se nota mucho la ‘verdad’, que realmente es lo que importa en la poesía».

Esa búsqueda de la verdad no la abandonó nunca, a pesar de pagar un alto precio por ello. Quizás no tenía otra manera de afrontar los problemas mentales que derivaron en una profunda depresión. Pero el infierno de la locura, de la enfermedad, de la inseguridad constante, también le sirvió para ahondar en el psicoanálisis y abrir su poesía al surrealismo. Desde allí exploró y buscó la palabra precisa:

«No es un verbo sino un vértigo. No indica acción. No quiere decir ir al encuentro de alguien sino yacer porque alguien no viene», Buscar

Junto al psicoanálisis, sus estudios de Filosofía y Letras, sus clases de pintura con el artista surrealista Juan Batlle Planas y su estancia en París entre 1960 y 1964 (donde entabló amistad con Julio Cortázar, Rosa Chacel y Octavio Paz), las lecturas de Pizarnik explican también el camino creativo que siguió. Leía con fruición a Proust, Guide, Claudel, Kierkeegard, Joyce, Leopardi, Artaud, Mallarmé, Allais

Todo este conjunto de influencias traza los temas principales a los que Pizarnik volvía una y otra vez. La atracción por la muerte, el sentimiento de orfandad, su extranjería íntima, lo onírico como camino hacia la verdad, la subjetividad a toda costa. «Pizarnik es la gran portavoz de un tipo de psicología, de un tipo de mirada. Cuenta maravillosamente cómo se vive dentro de una cabeza que sufre las cosas, la vida», apunta Marqués.

El «armario» en el que encerró su homosexualidad (bisexualidad, para algunos biógrafos) fue otra de sus losas. Una sexualidad ocultada deliberadamente por sus herederos y albaceas que censuraron más de 120 fragmentos al respecto en los Diarios editados por Ana Becciú en 2003 y reeditados en 2013.

A pesar de la injusticia, del dolor, de la depresión, de todos sus monstruos – o precisamente por todo esto, quién sabe – Pizarnik nos deja una extensa obra poética, varias traducciones, unos Diarios y multitud de epístolas. La tierra más ajena (1955); La última inocencia (1956); Las aventuras perdidas (1958); El árbol de Diana (1962); Los trabajos y las noches (1965); Extracción de la piedra de la locura (1968); El infierno musical (1971). Un corpus imprescindible. Una voz eterna.

Bonus:

El conjunto de su poesía está recogida por Lumen en Poesía Completa (2016), compilada por Ana Becciú.

Lumen también es la responsable de la publicación este año 2022, coincidiendo con el 50 aniversario de su muerte, la biografía Alejandra Pizarnik. Biografía de un mito, de Cristina Piña y Patricia Venti.

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