‘Contra el verano’: la abundancia que se pudre

Rocío Simón

Hace exactamente una semana, el jueves 15 de diciembre, y gracias a una beca de creación del Ayuntamiento de Madrid, Rocío Simón (Sevilla, 1997), pasó a vivir en la Residencia de Estudiantes, institución que, aparte de autodenominarse con razones «la casa de la poesía», es, indiscutiblemente, uno de los rincones más especiales de la ciudad.

Pero antes de esa ilustre mudanza, a Rocío Simón le apeteció visitar La Plaza Invisible, este otro sitio nuestro que, siendo mucho más humilde y estando vacío de Historia, es también muy singular, y lo hizo para esperar nuestra lectura de su primer libro, Contra el verano (Editorial Dieciséis). Aquí está.

Rocío Simón
La poeta Rocío Simón, en un rincón de nuestra Plaza Invisible. / Foto: J.M.

Juan Marqués / @jmarquesmartin

En 2021 el poeta Adrián Fauro (Alicante, 1994) se destapó editorialmente afirmando que Odio la playa, y ahora es Rocío Simón (Sevilla, 1997) la que debuta lanzando un manifiesto Contra el verano. Coincidencias aparte, o al margen de lo que nuestros jóvenes opinen sobre el calor, lo que se lee en los últimos años con creciente nitidez es la sensación de que en esa nueva generación querrían escribir libros de abierto espíritu naíf, definitivamente despreocupados, pero que para ello tendrían que vivir en otro mundo o en un tiempo diferente. Hoy por hoy, cierta amargura y la famosa ausencia de horizontes eclipsan cualquier tentación pop hasta desbaratarla.

Es un efecto curioso que ya leímos, por ejemplo, en Fantasmita eres pegamento, de Leticia Ybarra (Madrid, 1991), también el año pasado, y que afecta tanto al tratamiento del lenguaje (un poco experimental, subvirtiendo la puntuación o jugando con las mayúsculas y las cursivas…) como a lo que más importa, que son los posibles significados, lo que se quiere comunicar o por lo menos sugerir o tal vez entender. En Contra el verano vemos tal vez no infelicidad pero sí insatisfacción, y una mirada muy vigilante a la infancia que contiene menos alegrías que heridas que cerrar (desgarro que se hace literal en el poema irónicamente titulado Un día en la playa).

en estos poemas el sol quema, el mar ahoga, la familia agobia

En la literatura tradicional el sol, el mar o la familia eran elementos positivos, y adquirían casi la categoría de personajes benéficos, aliados con la voz poética. En un libro como éste no sucede así, y hasta los juegos infantiles muestran su lado oscuro, no tanto una diversión que no acaba de convencer como una derrota garantizada. En estos poemas el sol quema, el mar ahoga, la familia agobia.

Es, tal vez, una derrota generacional, a juzgar por lo que andan escribiendo muchos y muchas poetas nacidos en los años noventa, y si bien una mirada conservadora podría dictaminar que se quejan ante todo porque no tienen nada muy objetivo de lo que quejarse, esa sociología de cuñado es, en todo caso, irrelevante para la poesía, donde cada cual expresa lo que necesita, y donde todo dolor tendrá siempre sentido: «las niñas intuyen / que recoger las conchas no servirá de nada: / hay escasez en la abundancia que se pudre / bañarse es siempre último / ahora entiendo la tristeza de mis padres arenosos / cuando les dije ayer, hace ya mucho, / que hoy prefiero dormir todo el día».

Porque el dolor o la amargura o la indolencia invencible son lo que son, incontables, casi incomunicables, sea cual sea el motivo que los despierta o los explica, y ante el aullido implícito de libros como Contra el verano (un aullido, insisto, algo amortiguado con efectos coloristas, con referencias juveniles más bien camufladas), hay que escuchar con seriedad.

En este caso, según se va leyendo, el conflicto surge (1) de la relación con el propio cuerpo (y con los otros), o (2) de la actitud ante la comida, o (3) de cierta fijación por los asuntos de la maternidad, la fecundidad o la esterilidad, la menstruación, los sueños con embarazos indeseados o con partos que siempre se complican o con abortos, el dolor físico y la lactancia, y por extensión la relación con la familia, especialmente las que estuvieron antes, la madre, la abuela. Es en todo caso algo muy físico o, mejor, muy orgánico, y es también algo que va adquiriendo cada vez más protagonismo en la poesía de los más jóvenes.

Un ejemplo de lo primero: «Dicen que dormir desnuda / mejora exponencialmente la autoestima […] llevo cuatro años durmiendo desnuda / calculo que he incrementado mi autoestima / en un 300% / : / miro mi cuerpo y nunca he visto nada semejante».

En cuanto a lo segundo (y lo tercero), una de las mejores páginas del libro: «ojalá volver a comer / la comida que preparaba mi madre / y valorarla por su sabor / no por su significado».

Y en cuanto a lo tercero (y lo primero), el largo poema que reproducimos abajo, aunque valdría casi cualquier página de Contra el verano. Pero lo de sentarse en esos versos «de espaldas al mar / de cara a mis padres» arroja mucha luz a una parte del libro, empeñada en pensar, analizar y tal vez resolver, quiero decir curar, algunos detalles pendientes que siguen haciendo daño.

la mayor transgresión del libro es, tal vez, LA DE IMPUGNAR LOS SÍMBOLOS REMOTOS

Hay mucho auto-examen en este libro, mucha inseguridad enquistada, algún trauma, una crueldad indirecta. No es un libro ambiguo, es un libro duro donde en general todo lo que era tradicionalmente bueno contribuye a explicar un hundimiento, una depresión, y ésa es tal vez la mayor transgresión del libro, la de impugnar símbolos remotos o, como se viene diciendo últimamente, la de resignificarlos, pero no con afán de atacar tópicos sino más bien con la intención de atacar todo aquello a lo que los lugares comunes señalaban.

Todas las zonas de confort se han hecho inhóspitas, todos los cómplices se han vuelto antagonistas, cualquier locus amoenus contiene amenazas muy poderosas. El propio cuerpo no es fuente de placer sino de angustia. Y el agua, la sal, la arena, la espuma, las olas o el sol no están allí para que juguemos, sino para advertirnos. El del mar es probablemente el único símbolo que mantiene su fuerza, pero no como metáfora eterna de la muerte, algo que apenas está presente en este libro, sino para hacernos pensar en el vacío.

CUANDO ERA PEQUEÑA SÍ QUE ME GUSTABA IR A LA PLAYA

venir a la playa me recuerda

a mi primer amor

siempre inexperto

intentando abrir los ojos

como al nacer

 

esta vez me he sentado de espaldas al mar

de cara a mis padres

sobre una toalla azul

(recuerdas cuando nos bañábamos Papá y El Hermano y yo?)

y yo que no era nunca La Hermana sino la niña

aunque mi hermano hubiese nacido antes

 

mi madre pregunta

cuándo le daré nietos

no si sí o si no sino cuándo (va a jubilarse pronto)

mi padre calla

yo le digo que los médicos piensan que un embarazo

podría dar complicaciones en mi cuerpo

 

pienso en traerte las niñas más bellas del mundo

todas rubias de ojos azules

de aquellas que se queman al sol con facilidad

agradables al tacto

fáciles de mirar, abrazables

amables

amadas por todos los chicos de su clase en el colegio

incluidos los profesores y algunas niñas (estas en concreto

no suelen ser rubias)

 

quizá si yo las trajese aquí contigo para cuidarlas

compensaría que tú y yo tengamos el pelo oscuro

no me malinterpretes

yo quiero tener a esas niñas

yo quiero tener una niña

pero no en el sentido de engendrar sino de acercarme

yo quiero cogerles de la mano

pero a aquellas que tienen

mi edad

o quizá unos años más y una madre

que me pide como tú: todo

quisiera besarla en los labios y no en la frente

como las madres a sus hijas cuando aún son dóciles

Ficha técnica: Rocío Simón, Contra el verano, Sevilla, Dieciséis, 2022

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