Aunque últimamente anda más atareado con sus labores de editor en su recién creado sello, Isla Elefante (del que muy pronto traeremos algún libro a nuestra plaza), Ben Clark (Ibiza, 1984) no deja de encontrar poemas, que luego escribe y pule con su conocido oficio, tan premiado.
Hoy el apátrida Clark llega a La Plaza Invisible con los que ha reunido en Demonios, su nuevo libro, publicado en Palma de Mallorca por la editorial Sloper.

Juan Marqués / @jmarquesmartin
Vamos a ver qué pasa con Ben Clark y con su nuevo libro, que es uno de esos libros que me gustan porque no es unitario, porque la variedad y lo que va ocurriendo fuera de los poemas, la libertad temática y ese aire que tiene de cuaderno (quiero decir de vida, de no literatura), es lo que lo articula, lo que lo justifica, lo que lo hace nacer: todo depende de lo que va encontrando.
Por ejemplo la pandemia, o amigos que mueren jóvenes, que en este caso son Belén Bermejo y Pablo Aranda («Todavía conservo tus mensajes / en el móvil. Diálogo / de besugos, de imbéciles, de imbécil / que guarda todavía los wasaps de un amigo / como quien guarda fotos, libros, cartas. / Pero nadie teclea en el teléfono / pensando en la obra póstuma, / pensando esta carita sonriente / será un día un tesoro»…), u homenajes a sus familiares, o, como sucede tantas veces en la obra de Clark, sueños, fantasías, humoradas expuestas como cuentos, micro-narrativa en versos perfectamente medidos, con magisterio métrico: si la vida se da en endecasílabos, que sean impecables.
Y en Demonios hay también un epitalamio, y un poema escrito En la tumba de Edward Thomas («Qué fácil es vivir junto a los muertos, / qué sencillo entender que estamos juntos, / qué imposible no amar el día gris / que cubre el cementerio con promesas / modestas, razonables, cotidianas»), y asistimos incluso a un curioso y notable interludio histórico en el que se nos brinda un poema documental donde Clark investiga, a través de hemerotecas y bibliografía (que se citan como epígrafes), un accidente ferroviario ocurrido en enero de 1944 en el Bierzo, y donde con exagerada imprecisión (el franquismo habló de ochenta y cinco víctimas, los historiadores oscilan entre las doscientas y las ¡ochocientas!…) murieron cientos de personas en una alianza terrible entre el absurdo y la tragedia.
Una vez le preguntaron a John Ashbery que cómo hacía para ordenar los libros, para decidir la estructura, las secciones… Él respondió que no hacía nada, que no había ninguna estrategia, ningún plan: escribía un poema y lo metía en una carpeta, escribía otro y lo guardaba a continuación, etcétera, y cuando tenía cuarenta buscaba un título para el conjunto y los mandaba a la editorial. Dejando a un lado los cinco bloques en que divide el libro (y aquí queda claro que el segundo reúne poemas sobre la muerte, y el cuarto contiene sólo ese poema-documental ya mencionado), da la sensación de que Ben Clark ha hecho aquí lo mismo, o poco menos, y que lo que leemos en Demonios es, simplemente, la yuxtaposición de los poemas escritos en un tiempo determinado, poemas que no responden a un proyecto unitario, ni a un libro monográfico, ni a una experiencia única.
el secreto está ahí, ante nosotros: el bosque deja ver el primer árbol
Eso le permite, insisto, incluir cuentos, u homenajes (a Keats…), o versiones (No sirves para nada es la ampliación o el desarrollo de un breve epigrama de José Agustín Goytisolo), o eso que se llama poemas de circunstancias (una elegía, una canción de bodas…). Lo que la vida engendre, en fin, lo que surja, y que la vida tiene predominancia sobre la literatura (o que ésta no es casi nada sin aquélla) es algo que Clark consigna y declara explícitamente: «Me propuse crear un gran poema. / Pero en vez de escribir llamé a mi hermano / y estuvimos hablando de la infancia. / Cuando volví a sentarme / me sorprendió el mensaje de un amigo. / Es un niño, decía. Como es lógico / lo llamé de inmediato / y estuvimos dos horas celebrando / el milagro sencillo de la vida. / Y ahora estoy aquí, / delante del papel, extenuado / por tanta poesía y sin haber / escrito todavía un solo verso».
A estas alturas Ben Clark ha demostrado de sobra que no es un poeta con pocos recursos, y que no suele caer en fórmulas, ni siquiera las propias. Dentro de un idioma de poesía ordenada, clásica, directa, inteligible, comunicativa, vital, emocionada…, él es más bien un inventor, un alfarero, alguien que abre caminos, que acuña nuevas posibilidades. Si se propone escribir un poema, no se nota. Parecen poemas inspirados, espontáneos, nacidos, no buscados. El desarrollo, luego, es muy profesional, muy de oficio, pero el impulso primero permanece en el resultado, muy visible. El andamio posterior está ahí para visibilizar la epifanía, no para esconderla o complicarla. El secreto está ahí, ante nosotros: el bosque deja ver el primer árbol.
LAS MARCAS DE CANTERO
De los templos antiguos tan sólo me interesan
las marcas de cantero,
de las pandemias graves con nombre propio sólo
las colillas pisadas frente a los hospitales.
Mis neblinosos años de estudiante
los pasé descifrando el braille infecto
de los chicles pegados debajo del pupitre.
Para cenar elijo restaurantes
donde el menú contenga faltas de ortografía.
Del amor me fascinan
los llaveros que nadie se decide a tirar
y de los coches viejos, claro, el número
triunfante del odómetro.
De las cafeterías,
las puertas abolladas de los frigos,
de los rodajes multimillonarios
las pinzas de la ropa que sujetan
los cables de los técnicos de luz.
De mis propios poemas me interesa la sombra
que a veces aparece debajo de los versos
si llevo muchas horas.
Me gusta la informática;
las carpetas ocultas en un lápiz
de memoria perdido debajo del sofá.
De los amigos fieles, las manías,
de la familia muerta, las certezas,
de las playas los cubos de basura
rebosantes con latas
puestas en equilibrio por encima.
Me interesan muy poco el porvenir
y el miedo. No me gustan
los cubiertos de plástico
ni las guerras de drones.
Si tengo que escoger,
querré siempre en mi equipo el traductor
ineficaz de todos los carteles
de los ferris del mundo. Me interesan
de nuestras vidas breves solamente
los signos lapidarios,
los recuerdos difusos de las noches
que no sabemos bien si sucedieron.
*Ficha técnica: Ben Clark, Demonios, Sloper, Palma de Mallorca, 2023