Dorian Wood (California, 1975 – aunque criado en Costa Rica-) visitó España hace dos semanas, cuando todavía estábamos inmersas en esa perplejidad a la que llamamos normalidad, sin pandemias ni confinamientos que nos obligan a repensarnos. Vino con motivo de dos acontecimientos culturales muy dispares: la presentación de su corto Paisa, en la 17º edición del Zinegoak, festival de cine LGTBI de Bilbao, y su homenaje a Chavela Vargas, Xavela Lux Aeterna, en el Festival Internacional de Arte Sacro de la Comunidad de Madrid.
Tuvimos el placer de entrevistarle para La Línea Amarilla. Y comprobamos que hablar con Dorian Wood es dejarse arrastrar por el magnetismo de la diva que abre su corazón al público para transmitir un mensaje alto y claro. Entre otros, una actitud y un lenguaje no-binario: “El mundo no es el enemigo ni el miedo, el mundo es deleite”.
Leticia Palomo / @ArtebyPALOMO
P: Homenajea a Chavela Vargas… ¿Cómo fue su acercamiento a la artista mexicana?
R: En mi familia nunca se habló de Chavela porque no pertenecía a lo que es la cultura costarricense. Pues, aunque ella es de Costa Rica también, la dejó para hacerse mexicana. De Chavela aprendí cuando pertenecía a un ensamble experimental que se llamaba Killsonic en Los Ángeles. Éramos treinta músicos con una sensibilidad muy punk y teníamos entre nuestras figuras inspiradoras a Charles Mingus, la banda Fugazi y a Chavela Vargas. A mí me había gustado su voz. La había conocido irónicamente a través de las películas de Almodóvar y luego, hablando con mis amigues, comenzaron a contar más de su vida y de lo que ella representaba y como lo exponía a través de su música. Lo cual se convirtió en una esperanza en el potencial creativo que podía tener yo. Fue una inspiración enorme. El de una persona que vivió su vida como quiso vivirla en tiempos en donde estaba prohibidísimo ser lesbiana y ella lo fue orgullosamente. Cantando canciones de tanto dolor y de tanto amor al mismo tiempo, con un punto en el corazón tan fuerte y asombroso que es imposible para mí no sentir algo tan fuerte escuchando su voz.
P: Había conexión…
R: Totalmente. Yo fui aprendiendo y absorbiendo más de su legado y dándome cuenta de que teníamos varias cosas similares. Chavela también era costarricense, partió de la comunidad queer y ambos habíamos nacido el 17 de abril. Por eso, yo me dije que en algún punto de mi carrera tendría que hacer un homenaje a Chavela. Así que cuando el Festival de Arte Sacro me preguntó si me interesaba hacer un proyecto de homenaje a Chavela para el Arte Sacro en 2019, año del centenario de Chavela, me pareció super oportuno y por supuesto dije sí. Pero quería hacerlo de una manera que no fuese una imitación de Chavela, sino intentar comunicar mi amor y reverencia hacia ella y su legado, a través de lo que es mi propio estilo.
P: ¿Cómo planteó el proyecto?
Quería hacerlo de manera que se reconociese su música, pero también presentar mi propio estilo y mi propia perspectiva. Para mí era importante crear esa distancia, mediante un diálogo con lo que es Chavela hoy, una presencia muy fuerte para mí y creo que para muchas personas en este mundo. Chavela representa lo que todos queremos hacer y no hacemos, y que además lo hace con gusto y alegría. Se enfrentó al mundo con sus emociones, con su verdad. Y es eso lo que quiero hacer yo. Porque uno puede, pero a veces necesita recordarlo.
Existe la posibilidad de dejar los prejuicios sobre uno mismo y tirarse a ciegas a una situación arriesgada pero que nos proporciona alegría. Y cuando uno lo recuerde, solo verá lo positivo y no lo negativo. Es verdad que Chavela tuvo una vida muy triste, muchas veces muy solitaria, pero lo que recordamos de Chavela es que aún en los momentos de dolor se puede celebrar. Ella lo encontró y lo compartió perpetuamente y aún lo está haciendo en muerte. Eso es lo esencial de Chavela. Nos muestra que lo que para nosotros es un sueño inalcanzable de comportarse y vivir la propia vida, no lo es, porque lo hizo ella.
P: El público del FIAS se volcó con usted, ¿cómo lo sintió?
R: No sé cómo explicarlo. Para mí es una esperanza. La esperanza de que puedo presentar una propuesta que es, de pies a cabeza, la persona que soy: una persona no binarie, una persona femenina, una persona de piel oscura, una persona gorda y orgullosa de ser todo esto. La reacción positiva es para mí la evidencia de que vamos en una dirección muy positiva, por más oscura que se ponga la cosa y por más conservador que se ponga el poder.

P: Pero hay sectores conservadores que están radicalizando sus posiciones…
R: Sí, es verdad. Pero yo veo esta ola derechista que está saltando por el mundo no como una opresión que encaja con el pasado, sino como una resistencia al cambio que está ocurriendo. La aceptación y el reconocimiento a las personas que no somos como nosotres y el saber que podemos convivir con personas que son diferentes es una amenaza para los poderes, para las tradiciones, para las culturas que están acostumbradas a estar en mayoría y tener un cierto poder sobre los demás. Con ese tipo de cambio que está ocurriendo no les queda otra que reaccionar de las maneras más dramáticas, más extremas. Porque saben que no tienen cómo justificar este método de hacer las cosas, de mantener a las comunidades viviendo en terror. La definición de terrorismo es eso.
P: El cambio, ¿es imparable pues?
R: Creo que el cambio verdadero viene con el vivir la vida como uno quiere vivirla. Yo sé que para mí fue un riesgo salir con un vestido con el que yo me sentí super cómoda, porque es la identidad física que me da más comodidad. Y, sin embargo, saliendo a la calle de esa manera me darían una paliza, me matarían, puesto que nos matan todos los días. Entonces, el poder entrar a un espacio como el Museo del Prado, que es una institución uber-colonizadora que preserva el arte y la visión colonizadora, y entrar yo con mi sudor, con mis tetas, con mi piel oscura, con mi vestido, con el fuego que he traído desde mi nacimiento, desde mi ancestría mixta, (porque yo soy medio español)… Entrar en ese espacio y que me den la bienvenida para compartir mis puntos de vista, mis visiones de una manera que encaja con el amor y con compartir en vez de regañar o dar lecciones, para mí es un regalo.
P: Y es parte del cambio…
R: Claro. Aunque me siento muy afortunada de esa oportunidad, me costó mucho procesar lo que hicimos en el Prado. Fue muy problemático para mí el estar rodeado de las pinturas del Greco. Con la imagen de ese Cristo blanco, la imagen que ha azotado a tantas comunidades migrantes, a personas de color, trans, queer, y no binaries por siglos. Estar en ese salón y sentir que yo pertenezco ahí, que mi comunidad pertenece ahí, y que se puede poner en cuestión esta imagen sin tener que abandonar lo que es la fe en cualquier religión y cualquier dios, pero poniendo en cuestión una imagen que está literalmente matando a mi comunidad. Cuando el público se pone a aplaudir, para mí es la esperanza de que van a salir compartiendo un amor y decir a su vecino que, probablemente, tiene un prejuicio enorme contra la comunidad trans y no binarie: “Mira, yo vi a un tío -yo no soy un tío, pero si quieren llamarme así…- con un vestido, sudoroso, cantando durísimo, fuerte, con mucho drama, con mucha pasión y me ha encantado lo que ha dicho”. Ese es el comienzo. Yo tengo fe en que las personas sí pueden cambiar a base de algo tan elemental como es el corazón que tiene compasión por los demás.
P: Esta esperanza, ¿es parte de su relación con el público durante una actuación?
R: En cierto modo. Aunque la manera en que compartimos y disfrutamos la cultura, el arte, aquello que nos distrae de los horrores de cada día, va cambiando día a día. Lo cual no es específico de una cierta edad, ni de una generación, puesto que todos estamos viviendo bajo el mismo paraguas de lo que es el disfrutar y absorber lo que nos da la vida.
Noto que entre el público hay personas de todas las edades y generaciones. Personas con bebés, personas mayores, de razas diferentes, géneros e identidades diferentes. Y para mí eso me trae una gran felicidad, porque en mi vida social nunca estoy pensando en personas que se parezcan a mi o que sean de mí misma edad. Es la química que tenemos la que nos trae amor y con la que podemos amar de vuelta. Eso para mi es indefinible, pues se atribuye al misticismo de la vida. Y si hay algo en lo que yo hago que le toque a una persona por dentro, de una manera que no es fácil de explicar, eso es para mí algo mágico y muy bonito de apreciar.
P: Una de las canciones del recital en homenaje a Chavela Vargas es “No soy de aquí ni soy de allá”. ¿Es esta una declaración?
R: Para mi esa canción significa que yo no soy suficientemente esto ni suficientemente lo otro, y que no hay un ser humano que lo sea. Hemos vivido una diáspora tan enorme en este mundo, que es imposible serlo. Sin embargo, es una ilusión a la que mucha gente se aferra. Como la de ser puramente español, que secunda por ejemplo Vox, que quiere volver a una España esencialista. Pero eso nunca ha existido, es una ilusión.
La misma ilusión, por cierto, que es el Museo del Prado, que es una extensión de esa idea. Allí se ven esas imágenes de personas blancas, mientras las personas de color están batalladas y esclavizadas. Eso es una agenda opresora. Y sin embargo nadie es puro, nadie es mejor que otres, es solamente una ilusión de poder. Yo, sin ir más lejos, soy parte español. Exactamente mitad español mitad indígena. Pero yo me considero mucho más que eso. He vivido en tantos sitios. He viajado por tantos lugares. Me siento tan cómodo en Madrid como en Los Ángeles, igual que me siento en Florida, en Costa Rica. Es sentir que uno puede estar en casa en cualquier sitio en este mundo, en cualquier círculo de amigues, en cualquier cultura y no temer. Por eso cuando decía “no soy de aquí” me señalaba a mí mismo, “no soy de allá” señalaba a la pintura. Es estar presente y a la vez estar en todos sitios, y no estar en ningún sitio específico al mismo tiempo. Para mí eso es ser un individuo.
P: Esta reflexión nos lleva a la cuestión de las identidades, claro. Tanto geográficas, como de género, identidad, sexuales… Algo que no es del todo aceptado incluso por parte de movimientos en teoría progresistas como el feminismo. ¿Cuál cree que debería ser la relación entre feminismo y el movimiento trans?
R: Si el feminismo no es interseccional no es feminismo. Es tan simple como eso. Yo tengo muchísimo respeto al movimiento feminista, y una mujer trans es también mujer. Me rompe el alma cuando veo a mujeres biológicas atacando a mujeres trans. Porque la lucha es común, la lucha es la misma. Y mientras una esté atacando a la otra, los poderes heteropatriarcales se están riendo de nosotres. Hemos luchado como una comunidad que ha sido oprimida, la de las mujeres, la comunidad trans, los migrantes, los queer, las personas con capacidades diferentes, la gente mayor, los indígenas. Todo lo que tenemos en común es que no nos hemos beneficiado de un privilegio blanco heteropatriarcal, y debemos darnos cuenta de que somos la mayoría en este mundo.
Pero también tengo una firme esperanza de que sí es posible vivir en el mundo ideal en el que queremos vivir, y en el que muchas veces vivimos. Yo tengo comunidades en España, Inglaterra, Suiza, EEUU, México… Comunidades en las hay pura armonía sin ser todos iguales. Hay respeto, empatía, simpatía, y compasión. Hay que crear puentes y hay que darse cuenta de que sí es posible. Aunque requiere mucho sacrificio y procesar emociones antes de dejarlas escapar. Y a veces hay que demostrar simpatía con personas ignorantes que sienten puro odio, porque eso viene del miedo, de un miedo a lo desconocido. Porque vamos evolucionando siempre, absorbiendo la riqueza inagotable del mundo que constituyen los seres humanos y lo que cada persona ha vivido. El mundo no es el enemigo ni el miedo, el mundo es deleite.