‘Equilátera’: estamos bien cuando hablamos de desiertos

Bruno Galindo

La Plaza Invisible se pone presumida hoy para recibir al periodista, poeta, novelista, músico, guionista, gestor y ensayista Bruno Galindo (Buenos Aires, 1968), que llega hasta Legazpi con una propuesta literaria tan singular como prolongada en el tiempo.

Publicado en Madrid por la editorial Esto No Es Berlín, Equilátera supone la culminación de un triple viaje a África que Galindo acometió a comienzos del milenio. Los resultados de las dos primeras expediciones se publicaron en 2001 y 2002, pero sólo ahora, tras una deliberada espera de veinte años, ha visto la luz el conjunto completo para revelar, así, todo su alcance.

Bruno Galindo
El poeta Bruno Galindo recala en La Plaza Invisible con su ‘Equilátera’ / Foto: J.M.

Juan Marqués / @jmarquesmartin

En una experiencia que unía lo más íntimo y lo más simbólico, pasando por lo que de cósmico pueda tener el calendario, Bruno Galindo (Buenos Aires, 1968) inauguró su particular tercer milenio en Etiopía y, según la datación que figuraba al final de su primer libro de poemas, Lunas hienas (Madrid, Vitrubio, 2001), todos los versos encontrados en aquel primer viaje africano se escribieron entre el 1 y el 11 de enero.

Un año después (y cuando el nuevo siglo ya se había complicado muchísimo…), el autor dio otro salto hacia abajo, esta vez al golfo de Guinea, de lo cual salió un segundo libro, África para sociedades secretas (Madrid, Vitrubio, 2002), en el que se intuía que existe un Lugar de cada uno: «Existe un lugar donde ver la vida pasar / Cada uno tiene el suyo / Se encuentra por casualidad».

No me gustan mucho los proyectos poéticos, pero éste sí me parece inspirado y arrebatador: está claro que fue una buena idea, pues rebosa magia, se entrega a un azar muy temerario y se sumerge a conciencia en un fenomenal follón

Tras esos dos primeros pasos, ya sólo faltaría un tercer vuelo para rematar un tríptico que el autor, al parecer, tenía planeado desde el principio, y que justifica el título del libro de hoy: tras trazar sobre el mapa de África una línea recta entre los dos puntos geográficos visitados, más o menos elegidos, se llevó la escuadra y el cartabón al Sur para encontrar el tercer vértice, más arbitrario, totalmente imprevisto, que resultó señalar un lugar previsiblemente despoblado del desierto de Namibia, en medio de lo que parecía una gran nada. Y allá se fue Galindo para escribir un tercer libro que ya no publicó inmediatamente, sino que, reunido con los otros dos, ve la luz ahora, veinte años después de su escritura. Y, como afirma Jorge Carrión en su bien enfocado prólogo, se trata de «un triángulo equilátero que absorbe el territorio real y lo reinventa».

No me gustan mucho los proyectos poéticos, pero éste sí me parece inspirado y arrebatador: está claro que fue una buena idea, pues rebosa magia, se entrega a un azar muy temerario y se sumerge a conciencia en un fenomenal follón, lleno de dificultades prácticas, de problemas de desplazamiento o de comunicación, y no precisamente libre de peligros, como sucede con las hienas de la primera escala.

Aunque hay numerosos topónimos, aunque se dan detalles más o menos cotidianos, o logísticos…, Equilátera es cualquier cosa menos un libro de viajes. Ni siquiera es un libro sobre África, aunque desde luego que debería pasar ya, como gran curiosidad, a todas las bibliografías españolas sobre ese continente (y de hecho incluye un considerable glosario sobre tribus, lenguas y prácticas de por allá).

El tema del libro es, de una forma obsesiva, su propio impulso, es decir, esa misma búsqueda, ese afán de sentido, ese apetito de trascendencia, esa necesidad de no conformarse con lo previsible, lo anodino o lo obligatorio. Ante la autoexigencia firme de vivir más, o al menos de vivir con consciencia, con coherencia, con verdad…, desaparecer en la vieja Abisinia, a lo Rimbaud, parece una elección natural.

Y no sólo es que, según los paleo-antropólogos, ir a África es, en el fondo, regresar al origen común, volver a casa, sino que está bastante claro que para encontrar lo sublime no hace falta conformarse con Venecia, por muy poeta que se sea. Es la pulsión que mueve a los aventureros, a los exploradores: no buscan problemas, no quieren complicarse la vida, no quieren, desde luego, morir ni arriesgarse a ello…: simplemente hacen todo eso porque no pueden evitarlo, porque no hacerlo implica claudicar ante una existencia que nos contempla con lástima si nos acomodamos, que espera de nosotros algún gesto genuino, en el fondo inocente de tan puro, no algo necesariamente heroico pero sí algo elemental, radical, irreflexivo.

(Y, por cierto, que en esa obra maestra que tituló Toma de tierra, una suerte de memorias personales condicionadas por su trabajo como crítico de discos y conciertos o por sus responsabilidades en la industria musical, escribió, al hilo de un encuentro con Manu Chao, que «cuando le ves te preguntas qué vida estás viviendo, si estás haciendo lo que te gusta; te dan ganas de salir a viajar, de ser otro, de aprender algo nuevo»…).

En este libro tan complejo hay, por un lado, despojamiento, y por el otro sofisticación. Hay drama y comedia. Hay hondura y hay chistes. Hay conciencia social y hay juegos de palabras directamente emparentados con el absurdo, casi con la literatura de vanguardia

En su introducción de 2001 a Lunas hienas, nuestro amigo Bernardo Atxaga afirmaba que «no hay en los poemas pretensión alguna de trascendencia; el agua y la sal que ayudan a amasar la harina no parecen sagrados; la harina misma parece popular, no la de una casta». Yo sí veo y leo en Equilátera un anhelo salvaje de trascendencia, pero es cierto que se busca a través de materiales relativamente sencillos y mundanos, apuntes casuales, breves, a menudo incluso con un humor innegable, a veces con sutil denuncia social.

Sin embargo, yo me quedo con lo que de más serio hay en este triple libro, los aullidos que el autor lanza entre las alimañas, las conclusiones o intuiciones que sobre su propia vida extrae al establecerse en lugares tan extraños y ajenos y remotos, lo que sobre sí mismo descubre o comprende al escuchar a los otros: «–Nosotros estamos bien  / Cuando hablamos / De desiertos // –Tenemos la suerte / Del lanzador de cuchillos / Y de su compañera».

Quiero decir que, aunque lo pudiera parecer, en este libro no hay anécdotas, pues lo que parecen estampas, o postales, o incluso bromas están llenas, si no de seriedad, sí de significados y de profundidad. Y la forma de la mayoría de los poemas, con una brevedad de sabor, para entendernos, oriental, me ayuda a defender esa postura. El tono se hace a veces colorista, pero el fondo es siempre grave: «Estamos hechos de un fuego que se consume despacio / Somos la suma de nuestros antepasados / Y de quienes aún no han llegado».

En este libro tan complejo hay, por un lado, despojamiento, y por el otro sofisticación. Hay drama y comedia. Hay hondura y hay chistes. Hay conciencia social y hay juegos de palabras directamente emparentados con el absurdo, casi con la literatura de vanguardia. Hay caligramas donde las palabras forman el mapa del continente, hay monósticos tremendos («Cada flor es una muerte») y hay imágenes gloriosas: «Luna hiena de Abisinia / Pliegue en el desierto de la carroña y las cenizas / Por encima y por debajo del nivel del mal / ¿Crees que me estoy santiguando? / Sólo saludo / A los puntos cardinales».

Tengo la sensación de que Bruno Galindo siente hacia la humanidad una mezcla de fascinación y hartazgo. El narrador de su novela El público (Madrid, Lengua de Trapo, 2012) decía con razón que «hay un hígado colectivo y está algo machacado», y ése es un buen modo de expresar esa sensación de vejez universal que adivinamos bajo todos los barnices de lo contemporáneo, al margen de lo embrutecedor que puede llegar a ser vivir como vivimos. Sea como sea, no sé si ha perdido buena parte de su confianza, pero desde luego no ha perdido la curiosidad, e incluso, digamos, la esperanza de la reencarnación, como en su Afro-haiku para la mujer bantú: «Adoro tus prioridades / Me gustan tus canales abiertos / De ti saldrá mi próxima persona».

Bruno Galindo

 

DE ESTE A OESTE

Toqué una coma del universo y cambié todo su significado

Está claro

El silencio está hecho de oro

El discurso, de plata

 

El sentido de la vida

Es de Este a Oeste

Al revés que la órbita del mundo

 

Lo supe una noche

Al ras del cielo

Me lo dijo la luna hiena

Mordida por una fase extraña

*Ficha técnica: Bruno Galindo, Equilátera, Madrid, Esto No es Berlín, 2022

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