Volver, si es a un espacio físico o mental que nos inspira y nos alimenta el alma, siempre es una buena noticia. Si además esta vuelta es a La Plaza Invisible, el alborozo roza la felicidad. Empezamos este septiembre renovando la apuesta de La Línea Amarilla y de Juan Marqués, crítico literario y escritor, por la poesía y por la divulgación de un género que es la esencia misma de la palabra escrita, sentida, hablada. Retomamos pues con una entrevista-charla con el novelista y poeta Fernando Luis Chivite.
Una de las dos únicas condiciones indispensables para llegar hasta La Plaza Invisible es no intentarlo, y en ese sentido no hay ningún problema, pues Fernando Luis Chivite (Pamplona, 1959) es uno de los poetas más discretos de España, de los más sigilosos, de los más sinceramente despreocupados por la repercusión de sus versos, tan honestamente volcado en su búsqueda y su escritura como indiferente a su promoción.
Y el otro requisito, claro, es el de ser bueno, muy bueno, y sucede que Chivite se ha convertido, al cabo, en uno de nuestros mejores narradores, autor de varias novelas sobresalientes, distintas, impactantes por uno u otro motivo. Pero en el origen de su obra está la poesía, y aunque su producción en ese género es relativamente reducida (cuatro poemarios breves que se reunieron en 2021 en Una cuestión de equilibrio, publicado por la editorial barcelonesa Luces de Gálibo), es claramente la poesía la que sostiene en gran medida su narrativa, esa mirada tan profunda como habitualmente descreída que sabe encontrar la trascendencia por el camino de lo azaroso, del dejarse llevar, con una actitud errática que comparten literalmente muchos de sus personajes, gentes que tomaron decisiones al límite o que sufrieron acontecimientos devastadores y han sobrevivido para contarlo con humor melancólico.
Reproducimos algún poema de cada uno de esos cuatro libros al final de esta entrevista, que hemos articulado, con el permiso del autor y por orden cronológico, con preguntas que a su vez traen citas de todas sus novelas, releídas y re-disfrutadas para esta ocasión.

Juan Marqués / @jmarquesmartin
P: Hay un momento en que el narrador de Los seres indefensos (Ediciones Libertarias, 1994) dice que «todo se había vuelto tan simple que de pronto empecé a temer…». Tu poesía es también relativamente sencilla, y sin embargo tiene un punto inquietante que supongo que es consciente. ¿Hasta donde es posible controlar esas cosas?
R: No sabía que resultara inquietante. Y creo que me gusta que lo digas ahora porque probablemente yo deseaba que lo fuera. Aunque no me diera cuenta entonces. Siempre, desde el principio, he creído que el poema, pese a su delicada orfebrería, tiene que ser honesto. Y por tanto serlo. El pacto del poeta con el lector es radical. Se supone que te está hablando de verdad. Que lo que te está diciendo, te lo dice de verdad. Aunque esté equivocado. Si lo que te dice tiene algo de inquietante, será porque probablemente intente seducirte con acertijos.
P: Por su parte, el de La tapia amarilla (Pre-Textos, 1996) cree que «hay que mirar a las personas cuando no se dan cuenta. Es la única manera de descubrir algo» de ellos… ¿Tú te revelas en tus versos, te das a conocer o más bien usas la tinta como los calamares, es decir para ocultarte, para desorientar?
R: Bueno, ya sabes, las dos cosas, mi capitán. ¿Quién no trata alguna vez de añadir un poco de misterio a su pequeña historia? Eso cae en el lado de la honestidad. La poesía te desvela, eso lo primero. Y lo sabes. Al final dejas en la mente del lector una especie de retrogusto que él recuerda. Tu honestidad está ahí. En lo que le has dejado ahí. En cómo lo recuerde.
P: Al narrador de El viaje oculto (Bassarai, 2001) le da por defender que «uno está empezando siempre. Es decir, uno siempre está en camino, pero iniciando el camino. Puesto que no hay final, lo que hay es un eterno comienzo». ¿Se puede aplicar a una trayectoria poética?
R: Sí. Pasan dos cosas: por un lado, no puedes evitar acumular días. Por otro, cada día es único. En fin, ya sabes, todo tiene dos caras. En literatura acumulas oficio. Yo escribo desde los doce años y siempre he sabido que era lo mío. Hasta el punto de que evité convertirlo en mi fuente de ingresos. Es decir, siempre he escrito por placer, por diversión, por necesidad. Y ahora, con más de sesenta, es cuando he alcanzado el éxtasis de la escritura. Escribir, para mí, es una especie de felicidad. Y sin embargo, uno nunca deja de ser un aprendiz. Siempre se es un aprendiz. No serlo sería tristísimo.
P: Los personajes de La fuga de todo (Bassarai, 2003) están obsesionados con «leer y escapar», y piensan que «escribir es atender. O lo que es lo mismo, escuchar y esperar». Leen furiosamente, creen radicalmente en la literatura, y citan a un largo parnaso de escritores solitarios, «espantosamente orgullosos y frágiles. Y vulnerables hasta extremos inconcebibles Siempre al borde de la desesperación…». La cita es muy larga para traerla aquí, pero mencionan a Hamsun, Lowry, Duras, Walser, Keats, Benjamin, Beckett, Kafka, Vallejo, Canetti, Max Frisch, Cernuda, Holan e incluso Félix Grande, que fue muy amigo tuyo. «Soberbios y lúcidos, y heridos y amargos escritores del siglo XX». ¿Compartes ese Olimpo con tu personaje? ¿Son tus escritores preferidos?
R: Por supuesto. Ahí falta alguno, claro. A mi edad, ya empiezo a tener la sensación de que este mundo no es el mío. Y de que está gobernado por claves que cada vez me resultan más extrañas. Mi corazón está en el siglo XX. Mi forma de pensar y mirar el mundo fue educada por esos tipos. Más por literatos que por filósofos. Me gustaban los más desgarrados, claro, como es lógico. Los que eran capaces de sugerir cosas que nunca había sugerido nadie antes. Y el humor general de la época tendía al negro, claro.
P: ¿Quién faltaría? Es verdad que nombras o citas en esa novela (y otras) a muchos más, y algunos de ellos poetas. Pero aprovechemos para dejar resuelto eso ahora. «Entre los poetas míos / tiene Manrique un altar», decía Machado, ya sabes. ¿A quiénes tienes tú en tus hornacinas? ¿Quiénes son los poetas realmente necesarios para ti, si es que los hay? Y, si es posible explicarlo, ¿por qué ellos y no otros?
R: La verdad es que mis más altos gurús están ahí, claro. A los que habría que añadir, supongo, un par o tres: Bernhard, Cormac McCarthy, Sebald, tal vez Simic, tal vez Coetzee. Esa gente, toda esa peña de tipos únicos, distintos y lejanos unos de otros, no sólo escribían bien sino que vieron muy claramente en su momento la dirección de la historia humana hacia el totalitarismo. Y todos son anti-totalitaristas de un modo tan desesperado que a mí me resulta desgarrador. Y viceversa. Quizá esos lobos solitarios hayan echado el último gran alarido de la especie. Podría ser. Porque nuestra generación está dejando atrás toda esa tragedia. Y ya no sé si tendremos la ocasión de recuperarla. Estamos empezando a entrar en una época de «ahora a mí déjame en paz, que yo no quiero saber nada» de efectos desconocidos, quiero suponer. En todo caso, ya estamos viendo algo.
«El poeta Primero te dice que la muerte está ahí. Pero luego te dice que mientras puedas persigas la luz. O sea, la belleza. Abandonamos el paraíso porque no nos gustó lo suficiente, no lo olvidemos. Acabaremos en el totalitarismo, pero el viaje está siendo una locura»
P: Vayamos a Insomnio (Acantilado, 2007), donde, al hilo de alguna de las situaciones medio absurdas o rocambolescas que allí se van convocando, se habla de que «la gente hace cosas así y no hay que darles muchas vueltas ni perder el tiempo intentando encontrarles un sentido. De hecho, es ahí, me temo, en el sinsentido, donde, en todo caso, radica su posible belleza». ¿Se puede aplicar, en general, a la poesía, y en particular a la tuya?
R: Es posible, no me atrevería a negarlo. El sinsentido es encantador. Aplicado sobre todo a la comedia. Sería el loco fluir de los acontecimientos humanos, sin intentar buscarle demasiadas razones. Basta con dejarse fascinar por las chispas tan graciosas que saltan por aquí y por allá. Pero, por otra parte, el sentido, ¿qué es? El sentido es innegociable. Es maravilloso y brutal. Es ir hacia la luz y morir quemado. El poeta te trasmite eso siempre. Primero te dice que la muerte está ahí. Pero luego te dice que mientras puedas persigas la luz. O sea, la belleza. Abandonamos el paraíso porque no nos gustó lo suficiente, no lo olvidemos. Acabaremos en el totalitarismo, pero el viaje está siendo una locura.
P: Al comienzo de El invernadero (Baile del Sol, 2016) hay una reflexión muy buena que distingue a las personas entre «los que miran hacia delante y los que miran hacia atrás. Los que vuelven la cabeza, quizá incluso dulcemente, pensando que nunca estarán tan bien como estuvieron, y los que estiran el cuello al máximo tratando de vislumbrar lo que se avecina, creyendo que un poco más adelante estarán mucho mejor». En relación a tu poesía, cuando ves Una cuestión de equilibrio, y teniendo en cuenta que llevas casi quince años sin publicar versos, ¿piensas que allí está ya lo esencial o crees que se avecinan futuros libros reveladores?
«quizá la poesía exija ser escrita por alguna razón especial»
R: No lo sé. Ésa es la verdad. Escribí unos cuantos poemas durante el confinamiento, pero al volver sobre ellos, salvo alguna excepción, me han decepcionado. Por lo que sea. Quizá entonces me gustaron y ahora no. Puede que no estuviera bien de la cabeza. Pero podría volver a escribir poesía por alguna razón, eso seguro. Porque, quizá, la poesía exija ser escrita por alguna razón especial.
P: El narrador de Cada cuervo en su noche (Pamiela, 2021), que, como tantos de tus personajes, vive en un frenopático, cree que «las palabras tienen su propio ritmo. Tienen sus propios propósitos. Y sus propias ambiciones». Somos autores conscientes y soberanos, sabemos lo que hacemos, agarramos el timón con fuerza y, sin embargo, es verdad que sólo hasta cierto punto controlamos lo que escribimos, ¿no? Y, desde luego, no tenemos ni el más remoto control sobre las interpretaciones de nuestros versos, sobre sus posibilidades, sobre sus secretos…
R: Las palabras nos llevan. En cierto modo, van por delante de nosotros. Se me ocurre una cosa: tú imagínate que existe un cerebro de la especie. Ahora ya nos resulta fácil a todos imaginar eso y mucho más. Bueno, pues cuando escribes un poema no estás hablando contigo mismo, eso es imposible, ni con los lectores, que en todo caso vendrán después, si es que vienen. Tú estás hablado con ese cerebro imaginario. Estás hablando con él de verdad. Y a veces te contesta y pillas onda. Y cuando tú escribes eso, si has oído bien, muchos se conectan. Esa es la magia de la poesía, que está en todas las artes y en todos los géneros.
ASÍ
Tu ausencia está creciendo
de tal forma
que hay tardes
en que el piano
suena solo
SINOPSIS
Hicimos algo difícil
de escribir
tú perdonabas queriendo
comprender
yo callaba como para
quedarme.
(De La inmovilidad del perseguido, Pamplona, Pamiela, 1986)
POEMA DE LA OSCURIDAD DE LAS PALABRAS
Qué redención esperas
del cúmulo de palabras
que traes en la bolsa
si al amanecer saliste
en busca de la luz
más clara
y ahora que oscurece
has olvidado incluso
el modo de encender
el fuego del hogar.
(De El abismo en la pared, Ayuntamiento de Santander, 1996)
APUNTES PARA UN FUTURO MANIFIESTO, 6
Jamás me he visto reflejado en el mundo
el rostro que hallé al otro lado
de la cortina no era el mío
las respuestas que me dieron
fueron siempre insuficientes
y por supuesto demasiado precipitadas
nunca vi nada más hermoso
que mis preguntas primeras nada más terrible
que aquella insensata belleza mortal.
(De Calles poco transitadas, Irún, Fundación Kutxa, 1998)
11
Lo que queda
es la búsqueda.
El hallazgo pasa.
13
Siempre andamos
perdidos
entre un cierto amarillo
y un cierto azul
(De Apuntes para un futuro manifiesto, Barcelona, DVD, 2009)