Hoy estamos de estreno. Arrancamos una nueva ventana en La Línea Amarilla dedicada exclusivamente a la poesía, La plaza invisible. Y lo hacemos con un fichaje de excepción: el poeta y crítico literario Juan Marqués (Zaragoza, 1980). Cada jueves, tres al mes, tenéis una cita con él en La plaza invisible. Desfilarán las principales voces poéticas de nuestro tiempo, consagradas o por hornear, famosas o (todavía) desconocidas a través de reseñas y entrevistas.
Habiendo reparado en que cada vez son menos los espacios donde se reflexiona sobre poesía, aquí nos la vamos a tomar muy en serio.
Y nos alegra mucho que la primera reseña de La plaza invisible esté dedicada al primer libro de una nueva poeta, la jovencísima murciana María Sánchez-Saorín, que con Herederas (Hiperión) mereció el IV Premio de Poesía Joven Tino Barriuso, concedido por el Diario de Burgos.
Juan Marqués / @jmarquesmartin

Son sólo treinta y un poemas, pero bastan para dejar rotundamente claro que María Sánchez-Saorín (Ricote, Murcia, 1999) tiene las cosas rotundamente claras. Desde el título de esta ópera, prima, desde la dedicatoria («A mi madre y a todas las mujeres de las que he heredado»), desde el revelador exergo de Alfonsina Storni o, sobre, todo, desde el primer poema, en el que se reivindica la palabra poetisa, que estaba ya prácticamente desahuciada por oficialmente peyorativa, ya vemos que el libro, a su modo, tiene algo de manifiesto, lo cual más bien iría en su contra si no fuese porque se trata de un libro realmente estupendo, muy bien enfocado, lleno de aciertos y de poemas poderosos.
«Para cambiar el mundo es necesario / no sólo rabia, / también amor», leemos en Qué hacer, y ésa es una buena pista para leer un libro monográfico en el que, claro, se expresa una razonable indignación ante las circunstancias de las mujeres en el pasado y en el presente, pero se hace con confianza en el futuro.
El respeto profundo y el cariño con el que se escucha o se comprende a las mujeres que estuvieron antes (el miedo de su abuela en Brecha generacional, por ejemplo, o los malos recuerdos, tan vivos, expresados en 24 de marzo de 1939) conviven con el apego a la madre (expresado de forma preciosa en Raíces, reproducido completo al final de esta reseña), con la observación de la particular y discreta sororidad que se establece entre las mujeres de generaciones anteriores (como en el certero Distancias, reproducido también abajo).
E incluso el que probablemente sea uno de los primeros poemas de la Historia dedicado y dirigido a una Suegra («También a ti te amo cuando digo ‘Te amo’ / en los ojos de tu hijo…»). Esos sentimientos se actualizan en la relación de la poeta con las mujeres de su edad (Las demás), a las que se defiende llegado el momento (Asamblea general) y con las que se comparte la amistad, la confianza, la complicidad y (según parece insinuarse en Metapoética) el sexo.
En cuanto a los hombres… No sé, cualquier lector inteligente comprenderá que hay mucho más humor que odio en los dos poemas que parecen contener más rencor hacia nosotros: Los hombres nunca piden perdón y Not all men.
El poema de cierre culmina el espíritu del título general del libro, que ya se ha ido explicando y desarrollando a lo largo de la lectura, pero que aquí se hace especialmente explícito, y que tiene que ver con ese extra de responsabilidad que implica ser una mujer joven en estos primeros compases del tercer milenio, algo de lo que la autora es consciente hasta lo militante: «cuando tomo la palabra / hablan aquellas que han callado y llevo / a mis espaldas, / o las que hablaron y aún dirían más. / No saben que se enfrentan, cuando miran / y ven a esta muchacha, / a más generaciones de mujeres / que cargaron con otras a su vez…»
‘Herederas’ es un debut estupendo. es el primer paso y, a la vez, un gran paso adelante
No se desean aquí grandes revoluciones para lo femenino: más bien se reivindica la importancia silenciosa pero estructural que lo femenino, naturalmente, ha tenido siempre (en un segundo plano que, sin embargo, ha sido imprescindible), y se apuesta por su fortalecimiento en el futuro, al tiempo que se clama por la conquista de una normalidad y una justicia reales.
Quiero decir que no se reniega de algunas de las estrategias que, en secreto, han ideado y mantenido secularmente las mujeres para sobrevivir, crecer y ayudarse (muy al contrario, se aplauden), pero en el libro, claro, se anuncia un nuevo tiempo, otra forma de entender las cosas, en un contexto menos hostil.
Se ve nítidamente en el poema Del movimiento de la Tierra: «Si las madres dejasen de esconder / un día los secretos de sus hijas, / se hundiría la bolsa, / colapsaría el tráfico / y subiría el precio del petróleo […] Ellas lo saben y por eso escuchan, / guardan la información más susceptible; / así mantienen en su sitio al Mundo: / sin que nadie se entere».
Sólo hasta cierto punto, pues, es Herederas un libro de combate. Lo que importa más en él es la dulzura con la que se expresa la gratitud hacia las ancestras y la convicción constructiva con la que se dirige a las compañeras de generación o de otras batallas sociales, políticas, ideológicas… Quizá sea incluso contra la voluntad del yo poético, pero al cabo tiene más fuerza la ternura que el enfado, y ésa es una buena lección literaria. Al menos en lo que respecta a la poesía, la delicadeza esconde más poder de cambio que la violencia, hay más dinamita edificante en la sensibilidad y la inteligencia de este libro que en la poesía de pancarta o de trinchera.
Por otro lado, «No se aprende un idioma / hasta no amar con él», se dice con excelente puntería en Lengua materna I, y de algún modo estos poemas suponen el levantamiento de una nueva lengua, no porque haya en ellos una especial experimentación formal o métrica (también en esos aspectos se recoge un testigo anterior y se hace patente la adhesión a conquistas definitivas a las que dar buena continuidad aportando la propia voz, la propia personalidad, la propia mirada…) sino porque con ellos se inicia una obra poética que ya demuestra muchas cosas que decir y mucho talento para decirlas.
Herederas es un debut estupendo. Es el primer paso, sí, y sin embargo es, a la vez, un gran paso adelante.
Raíces (A una madre)
«Si yo tuviera
que elegir un lugar del universo
para nunca moverme de él,
te pediría ahora
que enhebraras aguja e hilo fino
y me bordases
al centro de tu vientre,
como bordas mi nombre,
para unirme a la carne poco a poco
e introducirme en ella hasta llegar
a tus entrañas,
y yacer encogida
como una mariposa».
Distancias
«A menudo en los patios
se crea
una distancia entre mujeres:
una sábana blanca.
Frente a frente, las dos
alisan las arrugas sacudiéndola,
la pliegan varias veces
antes de unir sus dedos
y mirarse a los ojos un segundo.
La tarde es íntima;
en silenciosa danza
se hacen y se deshacen
las distancias».
* Ficha técnica: María Sánchez-Saorín, Herederas, Madrid, Hiperión, 2022. 56 pág.