En La Plaza Invisible, donde tan poco amigos somos de prohibiciones, queda terminantemente prohibido cualquier prejuicio estético. Esta plaza quiere ser el espacio menos sectario del mundo y, observando a sus visitantes, no se nos va a poder adscribir a ninguna escuela, a ninguna corriente, a ninguna línea predeterminada.
Quien sea invitado a esta plaza lo será en respuesta a la calidad de sus libros, no a sus orígenes, preferencias o círculos. Y hoy nos visita Ernesto García López, que con Hospital del aire (Editorial Candaya) nos ha regalado un curiosísimo experimento poético, un libro lleno de lecciones literarias pertinentes.
Juan Marqués / @jmarquesmartin

Hay veces en que un libro es su estructura, por encima de todo. O, mejor, hay libros cuya intención o cuyo alcance no se entienden sin su arquitectura, que acaba siendo al menos tan relevante como el propio contenido. Lo que enmarca o sujeta o sostiene las palabras cuenta tanto como ellas.
Ya he dicho otras veces que, en mi opinión, el adjetivo interesante es el gran eufemismo de nuestro tiempo. Ante ella, hay que echarse a temblar. ¿Una película interesante?, ¿una exposición interesante?, ¿un poema interesante?… No sé, no hay niños interesantes, no hay árboles interesantes, no hay amaneceres interesantes… Mal asunto si se recurre a ese adjetivo. Y, sin embargo, el libro que publicó en enero el poeta y antropólogo Ernesto García López (Madrid, 1973) es interesante en un sentido radical, profundo, verdadero.
El suceso que despierta la escritura de Hospital del aire es el accidente de avión que se produjo en el aeropuerto de Barajas el 28 de noviembre de 1983, y en el que murieron 183 personas, entre las que se encontraban los escritores Jorge Ibargüengoitia, Marta Traba, Ángel Rama y Manuel Scorza, o la pianista Rosa Sabater. Pero el tratamiento de la noticia va mucho más allá de la crónica.
En este libro se barajan sin superponerse ni confundirse muchos niveles de discurso
Sin poder (ni querer) entrar en muchos detalles que deberá descubrir el lector, en este libro se barajan sin superponerse ni confundirse muchos niveles de discurso, con diferentes estilos y distintos registros, diversos materiales textuales que acaban levantando algo inesperado. A las notas de prensa o los teletipos se añade lo propiamente poético, que son los monólogos en los que García López ha dado voz conjetural a algunas de las víctimas.
El trabajo de documentación, y la inclusión directa de esa prosa tan característica y tan reconocible del periodismo, complementa así un discurso poético que, por hermético, contrasta bruscamente con lo encontrado en las hemerotecas. Pero funciona de un modo muy estimulante, y esa decisión del autor se extiende a lo largo de más secciones del libro, donde toman la palabra los escritores citados, víctimas ilustres del desastre.
Por ejemplo, en el que es probablemente el mejor poema del libro (el que ocupa las páginas 130-132, y que reproducimos parcialmente abajo), una Marta Traba ficticia pero vívida cree que «en esta madrugada la catástrofe se llama lenguaje. y el lenguaje es un avión rumbo a lo imposible». Y en otro, un tal Márquez considera amargamente al despegar desde Fránkfurt que “el mundo es animal abandonado que se duele y se arrebuja a la espera del disparo de gracia”.
García López asume muchos riesgos, de todo tipo, que culminan con el último bloque del libro, donde nos ofrece, desnudo, su diario de escritura, desde el mismo germen del proyecto hasta su culminación. Es allí donde vemos las zozobras y alegrías del proceso de redacción, donde asistimos a las dudas angustiosas y los hallazgos felices.
García López asume muchos riesgos, de todo tipo
Hay que entenderlo bien: no es otro libro que se ha acoplado en el libro, no es un añadido ni un epílogo, no es desde luego un juego. Es parte esencial del libro, y obliga a reconsiderarlo entero. Lo que parecía la reconstrucción literaria y simbólica de una tragedia real adquiere de repente una enorme dimensión metaliteraria, y a los temas del azar, la muerte, el duelo o la empatía se une, definitivamente, el asunto de la creación, entendida como vida alternativa, como existencia aparte, como elevación.
«Puede que la literatura sea sólo eso: un modo íntimo, penoso, de intensificar la vida», leemos allí, y también se declara la «tristeza por la imposibilidad de escribir aquello que uno necesita». No hay, en efecto, mayor soledad que la del escritor ante su escrito, con todas las inseguridades salpicando la ilusión, pero si se persevera todo acaba llegando a buen puerto, y por fin hay que dejar que el libro se vaya, como hacemos con los hijos, aunque eso nos deje solos: «El libro no está en mí. El libro tiene ya una vida en el afuera. Él sí sabe quién es; yo, en cambio, no».
Qué hondamente distinta sería la historia de la literatura si todos los libros incluyesen ese cuaderno escrito en paralelo a lo largo de la redacción de la novela, del poemario, de la biografía… A juzgar por lo visto en Hospital del aire, no simplificaría en absoluto el trabajo de los críticos o los historiadores de la literatura, sino que, al contrario, lo complicaría, en el sentido de que lo enriquecería, lo haría todo más enigmático y hermoso todavía.
¿escritura?
quiero decir, cómo volver a contar la historia del arte moderno desde bogotá si habito un lenguaje de radiantes ausencias:
yo soy esa muchacha que llora sin parar, en el fondo de un cuarto oscuro. el calor entra por las hendijas, se cuela el pegajoso, enervante y turbio calor de buenos aires. quiero decir, todo espacio es sólo una forma de nombrar el lugar de siempre
[…]
la historia del arte moderno contada desde bogotá es como recitar la historia de los manatíes, los pumas, los jaguares, los caimanes negros, los delfines amazónicos, los venados de cola blanca, los bagres, los paiches, los titís cuellinegros, los capibaras, los tapires. es tanto como ceremoniar desobediencias contra la amnesia de europa. esa implacable y estéril lata de espárragos que es europa:
en la hora (o el siglo) de dormir, sueño atormentada por el calor bajo y los montículos del colchón. en esta madrugada la catástrofe se llama lenguaje. y el lenguaje es un avión rumbo a lo imposible. En otras palabras, delirio que desconoce su inclinación hacia el cataclismo: […]
*Ficha técnica: Ernesto García López, Hospital del aire, Barcelona, Candaya, 2022
*Más La Plaza Invisible: Electra destronada – Las horas grises – Entrevista con Luisa Castro – Herederas –