El dramaturgo y poeta Javier Vicedo Alós (Castellón, 1985) llega hoy hasta La Plaza Invisible con su libro más personal y herido, un valiente testimonio de fragilidad en el que, aparte de la propia literatura, sólo es firme la vulnerabilidad.
La guerra que hizo el abuelo, el descubrimiento temprano de la muerte, la vejez de los padres y una ruptura amorosa son los cuatro ejes principales que, a saltos por el calendario, dan lugar a Interior verano, un libro de poemas que, editado en Valencia por Pre-Textos, ya ha alcanzado su segunda reimpresión.

Juan Marqués / @jmarquesmartin
«No hay nada en el reverso de la lengua, / sólo un sentimiento de hondura», afirmaba Javier Vicedo Alós (Castellón, 1985) en Ventanas a ninguna parte, y en esas profundidades del idioma anda trabajando él, buscando entre esos huecos algo que le ayude a decir lo que va necesitando expresar.
Ese mismo libro terminaba con dos prometedores puntos (:) a los cuales no les seguía nada que no fuera un estruendoso vacío, y en Fidelidad a una sombra, su libro siguiente, había algunos versos, sintagmas o palabras tachados, recurso algo desesperado para dar cuenta, más que de una inseguridad, de una inefabilidad en general frustrante.
Y sin embargo, «existe un placer original en el silencio / que justifica todos los silencios», se leía también en Ventanas a ninguna parte, y en ese placer sí que da gusto encontrarse y reconocerse: un silencio total en el que meditar sobre un lenguaje incapaz de decir casi nada y que desde los títulos mira «a ninguna parte» y remite «a una sombra»…
¿Desasosegante? En absoluto: hay quienes somos verdaderos hooligans del vacío. Nos da la sensación de que es el único sitio donde puede suceder algo (pero casi mejor si no sucede: que pasen cosas es lo peor que hay).
Y sólo un último verso de Ventanas… para ponernos, ahora sí, en canción: «Yo soy mi propio reino devastado», pues lo cierto es que en su último libro, Interior verano, que apareció en mayo del año pasado y ha merecido un éxito muy notable en forma de elogios y, de momento, dos reimpresiones, las cosas del vacío se decantan del lado, digamos, de lo trágico, del miedo, del dolor, de la muerte, o cuando menos de la incertidumbre.
¿Desasosegante? En absoluto: hay quienes somos verdaderos hooligans del vacío. Nos da la sensación de que es el único sitio donde puede suceder algo
Con un curioso uso de la cronología que, sin embargo, en ningún caso la rompe, sólo la baraja, Interior verano es una especie de memoria familiar polifónica, de modo que, por reconstruir aquí un orden que en el libro es libre (pero con una datación que impide despistarse), la experiencia de un abuelo del poeta en la batalla de Teruel ejerce de remoto contrapunto a un presente de la escritura en el que la primera persona de los poemas, un tal «javi», afronta una ruptura amorosa tras pasar «más de setenta mil horas juntos», asiste de niño al entierro del otro abuelo (tras descubrir la muerte, en el primer poema, ante la visión de un conejo enfermo) y afronta ahora las enfermedades de sus padres, presencia su vejez pero también su ejemplo. Y hay algún ingreso hospitalario: del padre, sí, pero también del poeta adolescente.
El libro, pues, no es precisamente un carnaval, y además se desciende en sus páginas a realidades que no suelen ser jurisdicción de la poesía: un plato de arroz a la cubana lleno de pequeños gusanos, restos de comida en las vísceras que hay que coser a toda prisa en una trinchera aragonesa congelada, galletas rancias, partículas «trazas de piel muerta» convertidas en el polvo de la casa, mixomatosis, contenedores de basura profanados o resultados de biopsias (pero «mientras algo oliera a ti / la muerte aún no estaría preparada para entrar / en nuestra casa»).
Al final Interior verano es una gran declaración de amor a la propia sangre, al clan, a los apellidos, y un acto de gratitud ante los antecesores
Y, sin embargo, Vicedo controla muy bien tanta confesionalidad, tanta confidencialidad, tanto abrirse en canal. De hecho, el libro culmina cuando él aún no ha nacido, pero es en un poema escrito desde su propia perspectiva, a lo Tristram Shandy, cuando aún no es, cuando aún no sabe, cuando aún está lejos de tener experiencia propia alguna. Podría haber sido el primer poema, como aviso de que en el libro hay pocas certezas, pocas conclusiones entre muchos descubrimientos, pero lo coloca al final, como una declaración de intenciones que se lanzase cuando todo está ya desplegado y dicho. Como se leía inolvidablemente en Fidelidad…, «la indecisión está tomada».
Al final Interior verano es una gran declaración de amor a la propia sangre, al clan, a los apellidos, y un acto de gratitud ante los antecesores. En un momento en que el amor zozobra, se vuelve la mirada hacia el hogar anterior, cuanto todavía es tal aunque sobre él se precipiten ciertas amenazas inevitables (y «nada hay más extraño que una mano que no vuelve a posarse / sobre algo que creía suyo», se piensa al contemplar al padre repasando sus cosas antes de acudir al hospital).
Aquí hay como una superstición al revés: se trata de hablar bien alto de todo aquello que no queremos que suceda
Testimonio extremo de fragilidad, de vulnerabilidad (que no de debilidad), estos versos, sin asomo de humor, evocan lo malo para no invocarlo, nombran temores a veces infantiles («cuando era pequeño creía que nunca podría / vivir solo», se lee en el poema que reproducimos completo abajo) para que, al decirlos, de algún modo pierdan su fuerza. Aquí hay como una superstición al revés: se trata de hablar bien alto de todo aquello que no queremos que suceda. Si, como hemos visto arriba, puede haber cierto consuelo en el silencio, en la manifestación de lo que se teme puede haber una desazón que en buena medida se pierde al soltarla como un lastre (o al compartirla como una conversación curativa).
Vicedo, que es hombre de teatro, ha optado en este caso por el drama. O quizá no ha sido una elección, sino algo que se impone, un «encargo literario» de la vida que no se puede desoír, que se necesita no evitar. Y en Interior verano hay, digamos, una intimidad repartida, una privacidad que no deja de ser tal al perder la individualidad y convertirse en una saga, en una estirpe, pues en cierto modo todos los familiares que comparecen en los versos (abuelos, padre, madre, hermanos) son una sola voz, un solo cuerpo, una sola sangre, y su destino se diría común.
«me levanto en mitad de la noche para beber agua de camino
al baño veo mi figura reflejada en dos espejos el pasillo está
inundado de una luz azul un chispazo lunar que proviene de
la cocina la pantalla del microondas marca la hora
tres y media
me sorprende no tener miedo a estas noches
cuando era pequeño creía que nunca podría
vivir solo
ya no hay rastro de ese miedo antiguo sólo una lentitud
una desaceleración de la voluntad
algo próximo a la tristeza quizá el único
sentimiento que sobrevive después de transitar
un largo catálogo de miedos»
*Ficha técnica: Javier Vicedo Alós, Interior verano, Valencia, Pre-Textos, 2022