«Detesto la literatura arbitraria. Me gusta lo caprichoso, lo inesperado, pero no lo arbitrario». Juan Marqués (Zaragoza, 1980) es de opiniones contundentes. Tiene claro lo que busca al escribir; otra cosa, dice, es que lo encuentre. Hasta hace poco más de un año, Marqués era poeta y crítico literario. Ahora, además, es novelista. Su primera obra en prosa, El hombre que ordenaba bibliotecas (Pre-Textos), parte de un guiño equívoco que solo perdura durante las primeras cuarenta páginas. Luego, todo se desborda hacia «lo inesperado».
Núria Ribas / @nuriaribasp
P: El título engaña…
R: Sí, efectivamente, el título engaña. Porque yo no soy para nada bibliófilo. De hecho, este libro expresa cierto mosqueo hacia los libros, aunque yo no reniego de ellos, claro. Pero yo quería este título, que me gusta mucho, aunque no me conviene en el sentido de que me importa que el lector comprenda que esta novela no es el típico libro sobre volúmenes viejos o primeras ediciones. Las bibliotecas entretienen al protagonista y le solucionan la vida durante unos meses, pero no le llenan ni mucho menos. Le confirman que tampoco pasa nada si no tiene biblioteca.
P: Bueno, de hecho [atención: mini spoiler] se desprende de su propia biblioteca. Eso sorprende…
R: Es cierto. Yo nunca lo haría, no estoy preparado para este desprendimiento.
P: ¿Por qué, entonces, las primeras cuarenta páginas se las dedicas al libro y a las bibliotecas?
R: Necesitaba el contexto. Las primeras cuarenta páginas son hasta casi descuidadas, tampoco hablan de bibliotecas muy ocurrentes. Es un riesgo que corro: puede que haya lectores que vayan por la página treinta y piensen que esto es una bobada. Y que no lleguen a lo que realmente importa: dejar la vida escrita en un papel y seguir la intuición de que, efectivamente, la vida está en otro sitio. Lo único que cambia al personaje es el encuentro con el misterio, encarnado en otro personaje que tiene unas características inquietantes. De hecho, no se puede estar del todo seguro de que exista. Eso sí que le cambia un poco la mirada. Pero en ningún caso el ordenar bibliotecas, que es lo que da título al libro. Tampoco es que esté muy de acuerdo conmigo mismo en esto. En realidad, soy una persona bastante conformista, no vivo angustiado por la inercia de la vida. Al contrario, soy bastante fanático de la normalidad. Pero entiendo a mi personaje.
P: El protagonista no eres tú entonces…
R: No, no, aunque soy mi propio modelo, obviamente.
«el costumbrismo no me atrae. Me gusta que haya elementos que comprometan la verosimilitud de la historia»
P: ¿Se puede escribir sin partir de uno mismo?
R: Eso nos puede llevar muy lejos. Justo estos días lo pensaba hablando sobre Antonio López y los cuadros que está pintando en Barcelona y en la Puerta del Sol: el hiperrealismo no tiene sentido para mí. Implica habilidad, talento, minuciosidad… pero para eso haces una foto. Escribiendo me pasa un poco igual. Yo no quiero homenajear a la vida. Esta es mi primera novela, y es cómo cuando te regalan un juego de mesa y no sabes cuál es: despliegas el tablero y lees las instrucciones. Toda primera novela de alguien debería ser así. Me refiero a que no hay que dar por supuesto que este mundo es el mundo que conocemos. Estamos muy mal acostumbrados, somos muy malos lectores todos. Han pasado 500 años desde Cervantes y todavía no hemos aprendido su gran lección. Y es que cada autor debe delimitar su campo de juego. A mí el costumbrismo no me gusta. Me gusta que haya por en medio elementos que comprometan la verosimilitud. Para mí, es determinante para la ficción.
P: En un momento determinado de la novela, de repente, como lectora pierdes pie…
R: Sí, es el momento en el que empieza algo. El personaje digamos más elevado de la novela, el más misterioso, es quien se lo dice al lector a través de una obra de teatro que se representa. Por eso es la parte que menos gusta del libro, porque la gente no la entiende y yo entiendo que no la entienda. No leas mis libros pensando que vienes a leer a gente que se está divorciando y viene a desayunar, no, esto es otra cosa.
P: ¿No se corre el peligro de caer en lo arbitrario, en algo que solo entiendes tú como escritor?
R: No, no, si eres leal a ti mismo, no. Yo detesto la literatura arbitraria. Me gusta lo caprichoso, lo inesperado, pero no lo arbitrario. Debes tener un mundo, tienes que ser coherente. Puedes ser contradictorio incluso, pero no arbitrario. En literatura, tienes que ser leal a ti mismo hasta el final.
P: Hablando de final: no vamos a desvelar el final de El hombre que ordenaba bibliotecas, pero es bastante abrupto. ¿Es el final que tenías pensado o surgió sobre la marcha?
R: Sí, el final era una de las primeras cosas que tenía claras, porque procede de otro proyecto, la memoria de la beca que tuve en la Residencia de Estudiantes. Creo que es una forma cómoda de acabar, realmente. Me refiero a que, si la novela tiene una virtud, creo, es la habilidad de manejar la información. Los autores de novela policíaca tienen una máxima: nunca saques una pistola si no vas a dispararla. Si te fijas, no digo nada que al final no se utilice.
P: Al final, arde como agradecimiento de la vida…
R: Es una metáfora habitual en poesía. Se utiliza también en poesía erótica, que en mi opinión es muy cursi. Pero muchos poetas usan el arder como culminar, como la vida intensa, como la exaltación de la vida más pura. Pero en mi caso no lo veo así, no es como si el personaje tuviera una epifanía, de hecho, acaba con el mismo estado anímico que empieza.
P: Ahí aparece el poeta que eres… ¿Te has sentido más libre con la novela que con el esfuerzo de concreción que requiere la poesía?
R: Mira, con la poesía no tengo el control del texto, el resultado de mi poesía no es cien por cien decisión mía. Hay algo a lo que uno obedece. No me he sentado nunca a escribir un poema, me llegan. No quiere decir que sea buena. Solo digo que no son cosas creadas si no nacidas en mí. En cambio, en la novela tienes todo el control. Tienes las riendas todo el rato.
P: ¿Y te ha gustado la sensación?
R: Sí, sí, me ha gustado. Eso no quiere decir que la trama no te lleve a otras cosas que no habías pensado. Y me lo paso muy bien escribiendo novela. Es que tampoco entiendo esa gente que sufre escribiendo… Si llegas al arte a través de un trauma, lo entiendo. Pero esa gente que vive una vida normal y que pelean con el papel en blanco o con el lienzo…pues qué angustia, déjalo. Para mí, las razones para escribir son las mismas que para leer: o para aprender o para divertirse. Aunque viendo los catálogos de algunas editoriales parece que no sea así. Cuando veo promociones de «este libro es un puñetazo en el estómago» o «este libro no te va a dejar dormir», joder, y la gente lo compra. ¡Como señuelo funciona!
«la realidad es cosa de la novela y la vida es cosa de la poesía»
P: Pero ¿y si resulta que algo que estás escribiendo te lleva a las partes oscuras que todos tenemos? ¿Lo abandonarías?
R: A ver, ahí nos metemos en mi filosofía de escritura. Las partes oscuras, que las hay, las haría siempre con humor. No soporto que alguien me llore en un libro. Bueno, si alguien me llora explicándome muy bien porque llora, vale. Pero si no, vete a la mierda. La solemnidad, por ejemplo. Es fundamental que la literatura sea trascendente, pero no solemne. Y la única manera que he encontrado de ser trascendente pero no solemne es el humor. Pero no cualquier humor. A mí el humor transparente, el humor que se acaba en sí mismo, no me interesa. Me gusta el humor de Cervantes. Aunque él no quería hacer reír, ese no era su objetivo. Su objetivo era hacer un monumento a la libertad y el humor es un instrumento más para conseguirlo.
P: Con las partes oscuras no me refería necesariamente a datos biográficos, si no en terrenos oscuros que nos cuesta digerir y que generalmente evitamos. El mundo es feo.
R: El mundo es feo, la realidad es fea, pero la vida no. La realidad es cosa de la novela y la vida es cosa de la poesía. Es decir, la realidad es prosaica y la vida, poética. La materia prima de la novela es la realidad, mientras que la materia prima de la poesía es la vida, igual que la Historia lo es del ensayo. Podríamos afinar un poco más, claro. Y tampoco quiere decir que no haya poesía en las novelas. Por eso hay tan poca poesía buena. A mí, a la hora de la verdad, me gusta muy poca poesía.
«emily dickinson es el ser humano que mejor ha escrito poesía, quien más lejos ha llegado en la creación poética»
P: ¿Y cuál es esa poesía que te gusta?
R: Me gusta Dickinson. Emily Dickinson es el ser humano que mejor ha escrito poesía, quien más lejos ha llegado en la creación poética. Y que lo consiguiera una mujer tan aislada, tan especial… Apareció la poesía en Amherst, justo ahí, y consigue expresar la gloria de vivir de una manera sublime. Con poemas relativamente tristes, expresa la dicha, la excepcionalidad de la vida.
P: ¿Y en lengua española?
R: Tomás Segovia. Es un poeta que, no es que sea un desconocido, pero como es medio mexicano, porque es un niño de la guerra que tuvo que irse al exilio con 9 años, ha quedado un poco fuera de las listas. Pero es un poeta alucinante. Y tiene una característica extraordinaria: cada libro suyo es mejor. Hay un tópico que dice que la poesía es de jóvenes y la novela, de mayores. Que ningún joven ha escrito una novela realmente buena. Y que cuando llegas a viejo, te has desencantado y escribes novelas. Es verdad que nadie he escrito una novela genial con veinte años.
P: ¿Vas a seguir el tópico, ahora que te has arrancado con tu primera novela?
R: Pues no lo sé. Igual que ahora escribo novela, igual los poemas se quedan acobardados. Lo cierto es que estoy escribiendo otra novela. En parte es continuación de esta. Y el personaje me temo que va a tener nombre y coincide con el mío, ya lo lamento.
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