La editorial madrileña Reino de Cordelia publica estos días Cerezas, libro que se incorpora a la extraordinaria obra poética de Juan Vicente Piqueras (Los Duques de Requena, Valencia, 1960), que es, definitivamente, una de nuestras favoritas de la poesía española contemporánea, hecha no sólo al margen de escuelas, tendencias o intereses, sino escrita, de hecho, muy lejos.
El apátrida Piqueras, que vive actualmente en Jordania tras haber pasado por Grecia, Italia, Argelia o Portugal, se acercó a La Plaza Invisible para responder a algunas preguntas sobre sus tres libros de 2022: La habitación vacía (Visor), Yo que tú (Pepitas de Calabaza) y Animales (Ayuntamiento de Lucena). Y el colorismo hondo de sus versos permite que planteemos la entrevista a través de ese tipo de preguntas que se les suelen lanzar a los niños, aunque las barajamos, para disimular, con preguntas más o menos serias. «Toda palabra es un poema y un cuento». Palabra de Piqueras.
Juan Marqués / @jmarquesmartin
P: Yo encuentro que lo metalingüístico ha sido una de las grandes pandemias en la poesía española de los últimos treinta años. No cabe duda de la importancia crucial del lenguaje, pero, en fin, hacer poemas sobre ellos es como un fotógrafo que se dedicara a fotografiar cámaras de fotos, confundir el objetivo con el medio. No te voy a preguntar si estás de acuerdo con eso, pero sí querría hacer ver que en Yo que tú has demostrado que sí hay una forma significativa, y profunda, y a la vez amable, divertida, de hacer poesía metalingüística.
R: Yo que tú no es exactamente un libro de poemas metalingüísticos. Es, más bien, un libro de poemas de amor gramatical, de amor que sabe que le debe su existencia a la gramática. Es el libro donde se reconcilian el filólogo, el profesor de español para extranjeros, y el poeta que soy. Son poemas nacidos de accidentes al mismo tiempo vitales y gramaticales. El libro no nació de una intención previa. Hubo un día en que vi que había escrito muchos poemas cuyos protagonistas eran el amor y la gramática, mis padres. No sé bien cómo fue. Pero ocurrió.
P: Una pregunta mucho más difícil: ¿cuál es tu palabra favorita y por qué?
R: Pues la palabra «palabra». Por su claridad, su luz y su origen. Viene de parábola, que en principio significaba comparación, símil, metáfora, y más tarde narración breve y simbólica, como las del evangelio. Toda palabra es un poema y un cuento. La palabra «palabra» lleva dentro alas que se abren. Además te diré que me gusta la palabra palabra como el poema poema y el café café.
P: El primer poema de La habitación vacía, glorioso (y que reproducimos al final de esta entrevista), está dedicado a Carlos Edmundo de Ory, que fue tu amigo. También conociste mucho a José Hierro, y a tus traducidos Tonino Guerra e Izet Sarajlic, y la verdad es que, pensando de repente en esos cuatro hombres, y en sus obras, y pensando en ti, percibo cierta genealogía, o por lo menos cierta actitud común ante la vida y la poesía, cierto hedonismo trabajador, esa búsqueda de la alegría a toda costa…
«la búsqueda de la alegría a través del dolor, la guerra, la cárcel, el exilio (…) La emoción como primera semilla del poema»
R: Has nombrado a cuatro autores fundamentales en mi vida y mi obra. Yo les llamo «mis cuatro ancianos cardinales», los cuatro sabios de mi tribu íntima. Ory, Hierro, Guerra y Sarajlic: maestros. Carlos, Pepe, Tonino e Izet: amigos. Porque tuve la gran suerte de ser amigo de estos cuatro grandes poetas. Has percibido bien mi genealogía y mi deuda con ellos. La búsqueda de la alegría a través del dolor, la guerra, la cárcel, el exilio. La defensa feroz de la inocencia y la infancia. La humildad y la sencillez. La emoción como primera semilla del poema. Son mis abuelos amados. Los adoro a los cuatro.
P: Llevas dos tercios de vida fuera de España, y has vivido en cien ciudades. ¿Cuál es tu favorita y por qué?
R: Llevo casi cuarenta años fuera de España, sí, pero no he vivido en cien ciudades. No exageres. He vivido en seis. Las dos cifras se dicen en una sola sílaba, pero no es lo mismo. No es una pregunta fácil. Roma es la más mía porque en ella viví veinte años. A Atenas la amo con toda mi alma. Lisboa es como un sueño. Pero las más arraigadas en mi corazón bereber y beduino son Argel y Ammán.
P: El año pasado publicaste también una pequeña antología titulada Animales, que recogía tus poemas sobre el tema. ¿Cuál es tu animal favorito y por qué?
R: Difícil cuestión. Un pájaro, creo, sí, un pájaro. Tal vez la golondrina, que es de Dios, y llena las calles de mi aldea y de mi infancia, y la casa de mis padres. O el ruiseñor que sobrevuela el desierto, él solo, para llegar aquí y cantar la primavera. O el vencejo que duerme volando y no se posa nunca.

P: ¿A qué edad escribiste tu primer poema? ¿Lo recuerdas?
R: Mi memoria es un perro loco al que le arrojo un hueso y me trae cualquier cosa. No tengo confianza en ella. Pero recuerdo haber escrito dos poemas cuando me fui de mi aldea para ir a estudiar a la ciudad. Se llamaban Anarquía y Dios. Ambos se han perdido. Como todo.
P: Y… ¿por qué lo hiciste?
R: Creo que fue mi aldea, primero, y el irme de ella, después, lo que me convirtió en poeta. La soledad, las palabras, el mundo de mi aldea, y el hecho de perder todo aquel mundo, me llevaron a recluirme en mí, a lanzarme a recorrer el mundo, a ser un humilde Ulises a la deriva. La soledad y la conciencia de que todo se pierde fueron mis motivos.
P: Y… ¿por qué lo has seguido haciendo?
R: Porque es mi manera de estar solo, de saber algo de mí y del mundo. Mi manera de rezar. Comencé a escribir en la aldea porque me sentía solo y escribía lo que no podía compartir con nadie. Y escribir fue mi manera de inventar un amigo, un hermano, imaginarios. Eso es para mí el ocioso, imaginado, lector.
P: Creo que tu poesía, leída retrospectivamente, es, esencialmente, un testimonio de alegría, que ése es su secreto, su motor, su objetivo… Incluso en libros luctuosos, como el maravilloso Padre, o en otras elegías, o en poemas melancólicos o de desamor… al final lo que más cuenta es una felicidad íntima, pudorosa pero a la vez visible, la curiosidad por todo, las ganas no tanto de jugar como de demostrar esa algarabía que hay en ti (y «Algarabía» es, según el DRAE, el «ruido producido por voces alegres y festivas»)…
R: Crees bien. Soy un enamorado de la vida y una persona fundamentalmente feliz. La melancolía y la felicidad son haz y envés de la misma hoja, sol y sombra del mismo día, croce e delicia, como decía La Traviata. Y sí, dentro de mí hay una algarabía, una multitud de yoes, de voces, cantando, llamando, gritando, rezando, recitando. Algarabía es también como llamaban los cristianos a la lengua árabe. Y yo acabo de salir de mi noveno Ramadán. No olvides que yo me fui de mi aldea y de mi país buscando la vida, la alegría, llamado por una voz lejana como la de un muecín que sabía mi nombre.
P: Hace poquísimos días salió de imprenta tu nuevo poemario, Cerezas, en Reino de Cordelia. ¿Qué puedes decir de él? ¿Es más de lo mismo (es decir, una fiesta) o trae alguna sorpresa, algún cambio, algún golpe de volante?
R: Los poemas de Cerezas fueron escritos durante los cinco años que viví en Grecia. Son compañeros de aventuras de los poemas de otro libro, Atenas (Visor, 2012. Premio Loewe), que se quedaron perdidos y regresan ahora de la guerra de Troya. Cuentan lo que vivieron. Hablan de ilíadas íntimas, de odiseas conyugales, de los milagros y miserias de vivir. Hablan de días sin dioses, de vides de un día, de mitos y mendigos, de Heráclito y de perros callejeros, de Ítaca y de higueras, del hilo que une a Ariadna con Penélope, de Edipo, de Dioniso, de cerezas que tienen el sabor intenso, milagroso y fugitivo de la vida. Son cerezas colgadas de la oreja de un niño que nos llama y al que llaman con nuestro nombre. Son poemas que saben que los dioses saben mejor que nosotros lo que necesitamos.
LA HABITACIÓN VACÍA
A Carlos Edmundo de Ory
Era uno de tus juegos preferidos.
«¿Qué hay en una habitación vacía?»,
preguntabas. Guardábamos silencio.
«¿Qué hay en una habitación vacía?»
Los que no conocían el juego
tal vez decían: «Nada», y tú decías: «No.
Nada es nada, he dicho qué».
Hasta que alguien decía, por ejemplo: «Silencio».
Y tú decías: «Sí».
Y otro decía: «Polvo».
Y el juego comenzaba a tomar vuelo.
«Unas huellas de pasos en el suelo».
«Un fantasma». «Un enchufe». «El agujero
de un clavo». «La penumbra».
«El cuadrado que deja en la pared
la ausencia de un cuadro». «Un hilo».
«Una carta en el suelo».
«La huella de una mano en la pared».
«Un rayito de sol que entra por la ventana».
«Una telaraña». «Un trozo
de papel». «Una uña». «Una hormiga extraviada».
«La música que llega de la calle»
(¿hay música sin alguien que la escuche?).
«Una mancha de humo o de humedad».
«Garabatos o pájaros o nombres
o un dibujo de Laura en la pared».
Tú ibas diciendo sí o no.
Tú lo sabías. Eras el inventor del juego.
Tú ya sabías, Carlos, lo que hay
en la habitación vacía donde acabas de entrar.
Era uno de tus juegos preferidos.
-¿Qué hay en una habitación vacía?
-Un fantasma.
-Ya lo han dicho.
-Sí, pero el que yo digo es otro.
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