La ciudad es un producto, estúpido

Derecho a la ciudad

Si a Bill Clinton le diesen un dólar cada vez que alguien en el mundo parafrasea su sentencia más famosa, «es la economía, estúpido», el expresidente estadounidense podría construirse su propio búnker en Arizona, ahora que los ricos entre los más ricos, tras esquilmar el planeta, parece que buscan subterfugios para sobrevivir por encima del resto de la especie Sapiens.

Núria Ribas / @nuriaribasp

Derecho a la ciudad
Imagen de una calle de Barcelona tras el proyecto de ejes peatonales (súper illes) que un juzgado de la capital catalana ha ordenado desmantelar.

Pues añadamos un dólar más en la cuenta del bueno de Bill titulando este reportaje La ciudad es un producto, estúpido.

Porque solo siendo consideradas las ciudades como un producto por parte de las élites económicas extractivas pueden entenderse las últimas noticias – nada novedosas, por otra parte – que nos llegan desde Barcelona y Madrid sobre la destrucción masiva que sufren nuestras urbes. Sí, sí, aquellos sitios que los humanos inventamos cuando nos dimos cuenta de que, solos, nos iría peor.

Han convertido a las ciudades en productos y, como tal, deben generar valor económico y ser identificables como ‘marca’

La siguiente especie en peligro de extinción es la del urbanita. Aunque no lo parezca, porque según la ONU en 2050 el 80% de la población mundial vivirá en ciudades, lo cierto es que cada vez nos sentimos más expulsados de ellas. Así que la ONU va a tener que reformular el enunciado: el 80% de la población mundial trabajará precariamente y/o sobrevivirá en las ciudades. Porque vivir, lo que se dice vivir, lo haremos en los extrarradios o en el campo (si nos dejan algo de territorio habitable las mega instalaciones solares y eólicas). Un planazo, vamos.

Han convertido a las ciudades en productos y, como tal, deben generar valor económico y ser identificables como marca. Ciudades españolas como Madrid, Barcelona o Bilbao están, así, copiando a la perfección los modelos neoliberales que adoptaron ciudades norteamericanas como Baltimore a partir de los años ‘70 del siglo pasado.

Lo explica de maravilla Jorge Dioni López en su El malestar de las ciudades (editorial Arpa). Entre muchas otras reflexiones y conexiones, resume Dioni: «El modelo económico convierte a la ciudad en un producto y, en el proceso, las sociedades se debilitan». Y añade: «La ciudad pasa a ser una fuente de riqueza (…). Debe orientarse a captar flujos de inversión porque su objetivo es insertarse en el movimiento de la deslocalización y la financiarización».

Así, se entienden mucho mejor las dos noticias que apuntábamos al principio: la sentencia de la magistrada del Juzgado Contencioso Administrativo número 5 de Barcelona que obliga a deshacer la peatonalización de la calle Consell de Cent (aunque la sentencia se base en una formalidad burocrática) y la aparición de Bloque en Lucha de Ermita del Santo 14 (dentro de Sindicato de Inquilinas e Inquilinos), un colectivo de vecinos que denuncian como dos fondos de inversión, Vitruvio y Madlyn, están comprando bloques de viviendas enteras en el barrio de Puerta del Ángel de Madrid justo cuando acaban los contratos de alquiler de los inquilinos. La jugada es no renovarles el contrato, maquillar los pisos y resituarlos en el mercado del alquiler temporal tres o cuatro veces más caros que antes.

estas situaciones tienen responsables: parte del sector privado y la imprescindible ayuda del sector público

Las dos realidades han coincidió en el tiempo, pero no son una novedad. Hace décadas que las principales ciudades españolas, a imagen y semejanza de Londres o París, están priorizando el valor económico que genera la actividad comercial de las urbes por encima del derecho a la ciudad de las personas que viven en ellas.

Por supuesto esta situación tiene un responsable: parte del sector privado con la inestimable – e imprescindible- ayuda del sector público a través de reformas legislativas que favorecen claramente esta concepción extractiva de nuestras ciudades. Un buen ejemplo es la reforma de la LAU (Ley de Arrendamientos Urbanos) de 2013, gracias a la cual las empresas con más de 50 inmuebles alquilados de la Comunidad de Madrid concentran el 23,20% de los inmuebles inscritos: casi 120.000 pisos, según un estudio publicado por Civio. Son los llamados ‘megatenedores’.

Los gestores públicos que han gobernado Madrid y Barcelona las últimas décadas (con algunas efímeras interrupciones) han aplicado las máximas del sistema neoliberal a la ciudad. Para ello, han puesto lo público -el espacio- al servicio del sector privado.

Y cuando por un ‘accidente de la historia’ llegan al poder gestores públicos con otra visión de la ciudad – como ha sido el caso del Ayuntamiento de Barcelona bajo el mandato de Ada Colau- no solamente se dictan sentencias para deshacer lo andado si no que, paradójicamente, parte de la ciudadanía les castiga en las urnas. ¿Cómo es posible?

El relato

El mantra neoliberal que se enfrenta a cualquier intervencionismo de los poderes públicos ha calado: se han apropiado el relato de la «libertad». Decidir si voy en coche hasta la misma puerta de mi casa o del centro comercial para gastar mi dinero -nada de impuestos para redistribuir, por favor- ha ganado la partida a la preocupación por lo común. Lo público ha sido deliberadamente devaluado hasta conseguir que la mayoría de las personas crean que no lo necesitan.

La recién pandemia de Covid-19 parecía haber repuesto el valor de lo público: vacunas gratis para todos, asistencia sanitaria para todos. Todo público. Pero hasta en una situación dramática como esta, el mercado encontró grietas en forma de contratos público-privados para comprar mascarillas, por ejemplo. Los gestores públicos neoliberales también encontraron la manera de seguir apropiándose del concepto libertad, esta vez en forma de cerveza en las calles de Madrid. Los hosteleros barceloneses, contra cualquier sentido común, envidiaron a sus colegas madrileños.

Pero es cierto que los ‘promotores’ de las dos noticias que contamos pertenecen al sector privado: fondos de inversión en el caso de Madrid y asociaciones de comerciantes en el caso de Barcelona. Ambos, aunque les separe un abismo en cuanto a origen del capital, tienen una noción extractiva de las ciudades: exprimirlas económicamente lo máximo posible.

Lo entenderemos mucho mejor fijándonos en quién demanda al Ayuntamiento de Barcelona por haber transformado una calle ruidosa y contaminada en un espacio prácticamente sin coches, con abundantes zonas verdes, diseñado para pasear y descansar en numerosos bancos aquí y allá.

¿Quién podría oponerse a este cambio? La Unión de Ejes Comerciales y Turísticos. Este grupo pertenece a su vez a Barcelona Oberta, la asociación que agrupa a 23 ejes comerciales de Barcelona y que se definen como «la unión de ejes comerciales y actores privados que representan el turismo de compras y comparten una visión del papel económico y social del retail de Barcelona».

Inquietante. Una clara bandera roja en su propia definición: ‘turismo de compras’. Si quieres atraer turistas para que compren, tienes que dejarles llegar en coche hasta esos ‘ejes comerciales y turísticos’. Si no, ¿cómo van a cargar sus bolsas? ¿Qué van a hacer? ¿Ir y volver en transporte público? Por favor. No importa que el Eix Verd (Eje Verde), que en su proyecto ocupaba gran parte de l’Eixample barcelonés, redujera en los barrios por los que transcurría un 25% de dióxido de nitrógeno, según un estudio de la Agencia de Salud Pública.

Cuando Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid entre 2015 y 2019, impulsó Madrid Central, un dirigente de la patronal castellanoleonesa se echó las manos a la cabeza: «Qué error», dijo, «¿Cómo va a ir la gente desde Valladolid a Madrid parar comprar, si no podemos entrar con el coche en el centro?». Ni la calidad de vida de los madrileños que viven en el centro, ni tampoco la disminución de la contaminación ambiental y acústica fueron tenidos en cuenta por este empresario. Tampoco se le pasó por la cabeza el despropósito de trasladarse desde Valladolid hasta Madrid para realizar, pongamos por caso, las compras de Navidad. Todo rige por la misma lógica: movimiento, gasto, valor económico.

somos lo que gastamos. Y si no gastamos, no hay espacio para nosotros en las ciudades neoliberales

Esta concepción de las ciudades como meros productos se encuentra en frente a parte de la ciudadanía, que se da cuenta de lo que está sucediendo desde hace tiempo, pero que no tiene las armas para luchar contra ello. Demasiado atomizada, poco organizada, la sociedad civil está cada vez menos cohesionada gracias a la organización precaria del trabajo y a los sucesivos sistemas des(educativos) que, desde los años 70, poco a poco, sin hacer mucho ruido, nos han convertido en producto: somos lo que gastamos. Y si no gastamos, no hay espacio para nosotros en las ciudades neoliberales.

Algo tendremos que hacer para recuperar estos espacios que nos acogían, nos identificaban, nos protegían de la barbarie exterior cuando empezamos a organizarnos alrededor de un ágora para discutir los temas comunes que nos afectaban a todos.

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