El filósofo y profesor Óscar Díaz (Langreo, Asturias, 1997) llega hasta la Plaza Invisible con La exacta fantasía bajo el brazo, un libro publicado en Sevilla por las Ediciones de la Isla de Siltolá.
Es posible que esta reseña se venga un poco arriba, tanto en extensión como en elogios, pero es que trata de uno de los más originales e inspirados nuevos libros de poesía que se han publicado en España en 2023.

Juan Marqués / @jmarquesmartin
Por razones que no vienen al caso, pero que tienen que ver con doña Pilar de Valderrama, he andado releyendo yo a Rubén Darío y, en medio de ese ambiguo regreso a la adolescencia, me encontré atrapado entre dos versos sublimes: «peregrinó mi corazón, y trajo / de la sagrada selva la armonía». Pensé en ese corazón peregrino, en esa selva sagrada, en esa armonía que pudiese proceder de la vorágine… y automáticamente recordé que tenía que escribir esta reseña.
Por muy evidentes y reconocidas que sean las deudas de La exacta fantasía con célebres textos anteriores (y concretamente tan anteriores como el Poema de Gilgamesh), me niego a leer este libro a la luz de ninguna otra lámpara que no sean sus propias páginas. Pero déjenme el largo párrafo siguiente para una pequeña reflexión sobre ese nuevo culturalismo, por fin realmente culto, que, como Óscar Díaz (Langreo, Asturias, 1997), practican otras poetas jóvenes tan buenas como Ángela Segovia, Laura Ramos, Aitana Monzón o, en cierto sentido, Berta García Faet, y que bastaría para dejar en evidencia a todos esos que, sin investigar demasiado y desde luego sin leer ningún libro, despachan la poesía española joven como superficial.
Si Juan Ramón Jiménez, con cierta injusticia, atacaba a «los poetas-profesores» (refiriéndose a Salinas, Guillén, etcétera); y si después los Novísimos recurrirían a un venecianismo muchas veces aparatoso, de cartón-piedra, hecho de fulares y de absenta de garrafa; y si desde entonces han sido demasiados los poetas que creían que lanzando un Teseo allí o invocando a una Medea allá tenían armado un libro (y demasiados los críticos y las imitadoras que, a diferencia de los verdaderos lectores, fueron hipnotizados o, por pura inseguridad, fingieron serlo)…, estas poetas que nombraba están consiguiendo de verdad actualizar la mitología y la literatura antigua o medieval en el sentido más noble y hondo.
Y lo hacen también de un modo colorista y divertido, que no frívolo, con la confianza feliz de quien habla de algo que conoce al milímetro, y que utiliza a Roldán como si fuera su primo y a la reina Ginebra como quien cuenta una anécdota de su tía abuela, es decir, con familiaridad creíble, sin sombra de pedantería o de academicismo, con una cercanía que en absoluto incurre en el abuso de confianza o, mucho menos, en la profanación.
No es una operación pop ni un recurso naíf, al menos no principalmente, sino una asunción mucho más firme (y de paso más bonita) de la tradición: se trata de valerse de una cultura que se sabe que se tiene para extenderla y arrastrarla hasta aquí, y usarla, celebrarla, aprovecharla, difundirla, mantenerla y reivindicarla como vigente, probablemente convertida ya en otra cosa, pero en una cosa que conoce y respeta profundamente aquello que se menciona y se relee.
No hay, creo, mejor homenaje posible, y se podría pensar incluso que, ante la excesiva simpleza de una de las líneas de la poesía española más reciente (que es, eso sí, la más visible y la más atendida por demasiados periodistas y libreros), esta nómina de nuevas maestras está inconscientemente obedeciendo la ley de compensaciones, elevando por aquí con su talento ese listón de calidad que desesperadamente tratan otras fuerzas de derrumbar por allá.
Díaz se mostraba ya, en su anterior poemario, deslenguado y libre, torrencial y brillante
Bien. Íbamos a hablar de Óscar Díaz y de su nuevo libro, que llega hasta nosotros tras el nuevo debut que supuso En el principio era América (Sevilla, La Isla de Siltolá 2020: todo lo anterior queda más o menos repudiado por el autor), donde Díaz se mostraba ya deslenguado y libre, torrencial y brillante, como en una improvisación musical que fuera cualquier cosa menos improvisada.
Y en La exacta fantasía volvemos a ese mundo, aunque hay que advertir que es, en principio, un mundo muy escindido en dos partes que, sin embargo, se llevan bien: un poema largo dividido a su vez en veinticinco movimientos o secuencias, y una sección de Otros poemas fantásticos cuyo título arroja muy deliberadamente luz sobre el anterior. Todo ello va precedido de un poema exento, puesto al frente, que también avisa del tono elevado, en busca de lo genial, que va a tener todo.
Ese primer poema largo, magistral, titulado Hacia Utanapishti, es, sí, un poema fantástico en las dos acepciones, pero es también un poema de viaje, y un poema de campus, y un poema narrativo siendo un poema rabiosamente lírico, y un poema cómico, y un poema culturalista, y un poema desconcertante, y un poema irreverente e irónico, un poco a lo Peyrou, y un poema (y esto es lo que, creo yo, importaba) de amor.
Lamento chafarlo, pero todo lo que se dice, y el modo en que se dice, y todas las vueltas, revueltas y hasta confusiones, y todo el tiempo simbólico y vertiginoso que contiene, y toda la erudición, todos los espacios y las rectificaciones… están ahí para intentar poder saber decir «te quiero», algo tan sencillo y tan imposible, tan elemental y tan increíble. Pero Díaz lo dice mejor: «Te querré, / me gusta formularlo como las promesas: / en futuro».
Qué barbaridad, el tiempo es uno: pasa que Gilgamesh aún no ha nacido. Y ése es, más que el poema que querríamos escribir, el poema que muchos querrían que les escribieran.
Es tentador citar frases brillantes, pero sería trampa. No sólo es que haya que merecerlas, encontrarlas en su lugar, en su contexto: es sobre todo que este poema crea un clima, una estancia en sí misma, y es ahí donde cada palabra, cada tentación neologista («parejas / cogidas cerezosamente de la mano»), cada broma («Tan sólo el papa y yo / éramos únicos en nuestra especie»), cada digresión, cada hallazgo («igual que si un dios pequeño trasladase el mar a cucharadas»), cada préstamo de otros idiomas o cada falso aforismo («las palabras / son las demoliciones controladas / de edificios antiguos») tienen su lugar natural y, por supuesto, su sentido.
Esos 25 + 1 fragmentos hubieran bastado para hacer de La exacta fantasía uno de los nuevos libros de poemas más estimulantes, inspirados y, en fin, mejores de este 2023, un libro progresista en el que, más que una religión sin Dios, se diría que se inventa un ateísmo con dioses. Pero es que falta toda la segunda parte, más extensa y con más recursos todavía, tanto en lo formal como en el fondo, que es metaliterario, prosaico, teatral… (Como no me queda espacio para decir casi nada de ellos, reproducimos abajo uno de los mejores).
La búsqueda de la belleza en cualquier forma exige a veces excursiones a lugares muy extraños
Quienes durante años hemos desconfiado por sistema de los excesos o de lo más o menos experimental (y en ese sentido reconozco abochornado mi prolongado error), encontramos en La exacta fantasía un buen revulsivo, una confirmación definitiva de que la búsqueda de la belleza en cualquier forma (obsesión probable de Díaz) exige a veces excursiones a lugares muy extraños, o, más habitualmente, tanteos o pruebas que quedan como la obra final, apuntes preparatorios de un cuadro que ya nunca existirá, un boceto de sí mismo, definitivo en su aparente provisionalidad. Esto que aquí leemos no es palabrería, sino algo que está en el camino de la gloria, pero no, por supuesto, la literaria, sino la vital, la verdadera.
«Te querré […] en futuro», leíamos… Yo creo que son libros así lo que el futuro quiere de nosotros.
A BIGGER SPLASH
No estamos hechos
los hombres para mar abierto:
nadar, primero,
nos supone un peligro innecesario,
y navegar, segundo,
nos genera una falsa sensación
de seguridad ficcional
(y acaso puso en marcha la literatura).
Bípedo sin escamas ni branquias con deseos.
Antiguamente se albergaba la creencia
de que existía un pacto el día de la misa
por el cual no se abría camino la vejez,
eso ocurre en las tardes de piscina,
ser en su fantasía
con la risa que le entra
al bañista (tú, viejo zorro)
con su gran bomba –David Hockney lo sabía–,
victoria en el gran chapuzón:
yo soy la góndola, querida niña,
diosa encerrada en una estatua de ébano,
porque es el hombre el ser que hace piscinas.
*Ficha técnica: Óscar Díaz, La extraña fantasía, Sevilla, Ediciones de la Isla de Siltolá, 2023