
Este 2 de febrero se han cumplido cien años de la publicación de una de las cumbres de la literatura (occidental) del siglo XX: Ulises, de James Joyce. Ahora todo el mundo, tanto los que han disfrutado la enrevesada, críptica, irónica y fantástica obra de Joyce, como los que dicen haberla leído sin haber entendido una sola palabra, ensalza la figura del irlandés atormentado. Pero pocos conocen a la mujer menuda, decidida, libre y totalmente volcada en la cultura que se dejó el alma – y el bolsillo – para editar el Ulises: Sylvia Beach (Baltimore, 1887 – París, 1962).
Núria Ribas / @nuriaribasp
Cuenta Beach, norteamericana de espíritu pero parisina de corazón, que casi enloquece editando el manuscrito de Joyce. Son famosas las continuas correcciones sobre una letra a veces ininteligible que Joyce repetía una y otra vez. Y la deuda económica que supuso para Beach empeñarse en editar la que, finalmente, sería una de las novelas canónicas de nuestro tiempo. Con un pragmatismo claramente yankee, Beach ideó un sistema de pre-suscripción al Ulises para financiar en parte su edición. Era como comprar el libro antes de que estuviera editado. Exactamente lo mismo que ahora hacemos con lo que llamamos crowdfunding. Beach, además de audaz fue una visionaria.
el encuentro entre sylvia beach y adrienne monnier fue extraordinario para ellas y para los autores anglosajones y franceses del parís de entre guerras
Solo tres años antes, en 1919, Sylvia había llegado a París y había fundado la mítica librería Shakespeare & Co en la Rue de l’Odéon, enfrente de otro templo de las letras, La Meson des Amis des Livres, regentada por la que sería su amiga, amante y pareja, Adrienne Monnier. El encuentro entre estas dos mujeres fue extraordinario. No solo contribuyeron activamente a la vida cultura del París de entre guerras, si no que construyeron un puente entre la literatura anglosajona y francesa.
Porque Beach convirtió su librería en el refugio de escritores norteamericanos que peregrinaban a París, el centro mundial de la cultura en el arranque del fabuloso y terrible siglo XX: Hemingway, T.S. Eliot, Janet Flanner o Erza Pound. Pound fue, justamente, quién presentará al autor de Dublineses o Retrato de un artista adolescente a la joven librera.
Junto a los escritores ingleses, norteamericanos e irlandeses, autores franceses como Guide, Valéry, Romains, Fargue o Larbaud, que ya desfilaban hacía tiempo por la librería de Monnier, formaron una comunidad anglo-francesa de vanguardia unida por el amor a la literatura y por esas dos extraordinarias libreras.
La concentración de creatividad que se respiraba en Shakespeare & Co debió ser fenomenal. Algo que llamó la atención de algunas ‘vacas sagradas’ de la vida cultural parisina, como la también norteamericana Gertrude Stein o el fotógrafo Man Ray. ¿Cómo iba a resistirse Joyce a atisbar a través del escaparate repleto de libros el caldo de cultivo que se fraguaba en esa librería? ¿Cómo iba a pasar por alto a ese larguirucho Polifemo una amante de la buena literatura como Beach?
«Mis amores fueron Adrienne Monnier, James Joyce y Shakespeare & Co», escribió Beach en sus memorias. El 2 de febrero de 1922, Beach esperaba en la Gare de Lyon el primer tren procedente de Dijon, sede de la imprenta que, con millones de correcciones a sus espaldas, por fin mandaba los primeros ejemplares impresos del Ulises. Era el cumpleaños de Joyce. Y como buen irlandés, era tremendamente supersticioso. Hacer coincidir las dos fechas era, para él, vital.
Beach lo sabía. Y se dejó la piel (y buena parte de sus ahorros) en corregir el manuscrito de Joyce una y otra vez y de presionar al límite a su amigo impresor para que el volumen estuviera listo el mismo 2 de febrero.
«Mis amores fueron Adrienne Monnier, James Joyce y Shakespeare & co», cuenta beach en sus memorias
Al tiempo, Joyce no tuvo ningún reparo en olvidarse olímpicamente de Beach e incluso reclamarle unos derechos de autor que nada tenían que ver con ella. Increíblemente, Sylvia aceptó pagar. El roto emocional para ella debió ser tremendo, pero jamás renegó de Joyce ni de su audacia para editar un manuscrito que, previamente, había sido rechazado en los Estados Unidos y en Gran Bretaña por «obsceno».
Al menos, el genio irlandés tuvo a bien dedicarle un soneto al estilo shakesperiano cuando su Ulises estuvo editado, a modo de tributo, por llamarlo de algún modo, ya que más bien parece que Joyce aprovecha para auto promocionar su obra:
«¿Quién es Sylvia? ¿Qué es aquella
a la que todo escribano ensalza?
Yanki, joven y valerosa es
El Oeste confirióle la gracia
Que todo libro pudiera publicar.
Tan rica como valerosa es
¿Qué riqueza que arriesga suele fallar?
Los que a su alrededor están vociferan y deliran
Por suscribirse a Ulises
Y una vez suscritos, reflexionan graves.
Cantemos pues a Sylvia.
A sus audaces mentiras de vendedora
Que vender puede todo mortal
Aunque inmencionablemente aburrido sea.
A ella, compradores llevémosle».
J.J., al estilo de W.S. (Los dos hidalgos de Verona)
Bonnus
Para quien esté a punto de comprar el Ulises de Joyce, la editorial Galaxia Gutemberg acaba de editar una versión ilustrada nada menos que por Eduardo Arroyo (Madrid, 1937-2018) y traducción de José Salas Subirat con motivo del centenario de la primera edición en París.
Son 134 ilustraciones a color y unas 200 en blanco y negro que el pintor, ilustrador, grabador y escultor madrileño realizó y que, por fin, verán la luz. Arroyo, fallecido hace cuatro años, siempre mostró su admiración por el Ulises de Joyce y su voluntad de ilustrarlo.
*Para saber más: Sylvia Beach y la generación perdida. Noel Riley. Editoral Lumen (1990)
*Más #Está pasando: Galerías, la periferia se asfixia sin arte – Antoni Campañà, la guerra dentro de una caja roja –