‘La revolución exquisita’: esa belleza antigua

Ignacio Vleming

Si algún día funda alguien un Ministerio de la Belleza, propondremos como titular a Ignacio Vleming, un gran rastreador de cosas buenas, verdaderas y valiosas, un chico muy inteligente pero no astuto ni calculador, un hombre más curioso que inquieto, menos hedonista que conforme. Es decir, un gran tipo.

No es que nuestra querida plaza sea de una belleza, digamos, cegadora, pero es un rincón muy especial, muy distinto, y Vleming estaba destinado a conocerla. Hoy se incorpora a la logia secreta del Padrón de la Plaza Invisible con su nuevo libro bajo el brazo, titulado La revolución exquisita y publicado a finales de 2022 por La Bella Varsovia.

Ignacio Vleming
El escritor Ignacio Vleming, casi en un ángulo recto de nuestra Plaza Invisible / Foto: J.M.

Juan Marqués / @jmarquesmartin

La revolución exquisita, de Ignacio Vleming (Madrid, 1981), es un libro amable desde su título, y también creativo, vitalista, reivindicativo, juvenil y alegre, sin dejar de ser en ningún momento un libro deliberadamente serio, de una seriedad íntima que vela por los poemas bajo el carnaval de las palabras, una seriedad discreta que, como esos miles de palos de arce y roble que sostienen Venecia, apuntala y protege sin que se note mucho la abrumadora ración de belleza que recibimos.

Contiene oscuridades, porque si no difícilmente sería un libro a tener en cuenta, pero lo que prima es lo jovial, e incluso a ratos, o a páginas, lo divertido. Sucede desde el primer poema, expresivamente titulado Manifiesto: «Una revolución comienza cada día / y siempre nos parece / inaplazable. // ¡Ayer ardían todas las catedrales de Francia!».

Parece, en efecto, que a la poesía contemporánea le corresponde mucho más hacerse preguntas que lanzar imperativos o vocear certezas

Hay varias exclamaciones como ésta en el libro, y a algunas de ellas se recurre para cerrar con bienhumorado vigor un poema (como la del ejemplo de arriba o como la que dice que cierta inesperada cabalgata de los Reyes Magos «¡Es tan real como un sueño!»), pero lo que predomina, además, son las preguntas.

Parece, en efecto, que a la poesía contemporánea le corresponde mucho más hacerse preguntas que lanzar imperativos o vocear certezas. Las exclamaciones de Vleming, con todo, inciden en el color irónicamente urgente de sus versos, en esa especie de parodia suave de las cosas que nos mueven, o incluso en esa mirada sonriente a algunos episodios de la Historia: «Un niño tira una piedra a otro. / Éste fue el principio de la intifada».

Hay mucha energía en este libro, numerosas escenas de multitudes, aglomeraciones, fiestas: «Ahora empieza un desfile con caballos y elefantes». Se trata de crear un clima de exceso significativo, de algaradas inofensivas, una insurrección lúdica que no afecta sólo al presente del poema sino a todo el pasado y, con prioridad, a todo el futuro, aunque éste está presente por deducción. Nada, desde luego, de futurismos. En general, nada de experimentos, sólo observación, meditación y (relativa) celebración. Otra poesía es posible.

El propio ritmo de los poemas es ligero, no acelerado pero sí ágil. «Han brotado las lentejas que plantamos en el huerto», la vida se impone, el trabajo da fruto. Las masas avanzan porque el mundo y los cuerpos lo reclaman, la juventud exige sus peajes, lo que está vivo se mueve para respirar. No se puede parar a pensar demasiado en lo logrado. Hay que ser consciente de todo ello pero también, ante todo, de la necesidad de seguir.

Es un libro que, en esa relativa electricidad, también inspira serenidad, una sensación paradójica de que nada es apremiante, algo que podría ser una de las enseñanzas secretas de La revolución exquisita. A la paz a través de la indocilidad, que de todos estos tumultos nazca una calma de buena calidad, una estabilidad definitiva.

Ese gran rastreador de cosas buenas y valiosas que es Vleming ha recordado en alguna entrevista que «lo que mueve montañas es la fe, no la razón»

También los acontecimientos aludidos o los personajes históricos convocados parecen estar en el libro no para darle una densidad cultural espesante sino para contribuir a que constatemos hasta dónde hemos llegado y desde dónde, una insinuación muy parcial del «todo esto para esto». El hoy como un precipitado de todo lo de ayer, sea eso salvaje o luminoso, cruel o heroico, violencia destructiva o violencia creadora. Porque, en una intuición bellísima y muy reveladora, sucede que, tras abandonar Rusia los soldados de Napoleón, «El incienso se confunde con el olor / de la tierra quemada».

Ese gran rastreador de cosas buenas y valiosas que es Vleming ha recordado en alguna entrevista que «lo que mueve montañas es la fe, no la razón», y algo de esa apuesta por obedecer a los impulsos más que a las reflexiones hay en las costuras internas del libro: «¡Escuchad a la ciencia / pero haced caso al corazón!». Y al final, reposando la lectura, lo cierto es que uno juraría haber recorrido un libro visionario, con algún poder para intervenir en una realidad que, más que retratar, altera sutilmente (pero a conciencia) poema a poema. Lo dice también él mismo en el epílogo: «La revolución sobre la que hablo es un fenómeno que sucede en un lugar incierto entre la historia y la fantasía».

El libro está dedicado A Carmen, y el penúltimo poema del libro (que es el que reproducimos aquí abajo) confirma la intuición de que se trata de la inolvidable Carmen Jodra, a la que Vleming se dirige en segunda persona con la misma confianza con la que lo hizo en vida. Ésa es otra de las magias blancas del libro, y contribuye lo suyo a interpretar todas las demás, confirmando que la bondad y el cariño tienen mucho que decir en toda esta insubordinación que traen las páginas. «Cuando menos se espera / muere un ángel», se ha dicho en otro sitio. La revolución exquisita no podría haber tenido una madrina mejor.

Ignacio Vleming

VOZ

Ayer vi a un chico de unos veinte años
que nos arrojaba claveles blancos y claveles rojos,
cogido a la cintura de san Cayetano,
a quien se roba flores
para que te consiga un buen trabajo.

No era guapo especialmente,
aunque tú habrías visto su belleza antigua –qué sé yo,
si un Ganímedes a punto de ser raptado
por el dios de dioses
o un Apolo, «a quien nunca llaman feo»,
cargando con el astro en su carroza–.
El mismo sol de agosto era el muchacho.
¡Yo quiero que le escribas un poema!

Eso pensaba al ver pasar la procesión del santo.
Pero todo el trabajo del mundo es insuficiente
para componer cualquiera de tus versos,
madurados como las moras bajo el sol de agosto,
y qué pena perderse este verano contigo,
este verano que ha partido en dos
el corazón de los poetas
y de los chicos de veinte años todos,
a los que amabas con amor de amante.

Da igual que sea agosto si no estás tú
o que robe un clavel blanco o rojo
o que lo lance a un chico de veinte años.
Qué derroche de luz este verano
que a los campos agosta y muerde el polvo.
Carmen, ¿por qué no escribes el poema
y desde el Parnaso me lo soplas luego?

Ficha técnica: Ignacio Vleming, La revolución exquisita, Barcelona, La Bella Varsovia, 2022

*Más La Plaza Invisible: Contra el verano, de Rocío SimónEntrevista con Marta SanzHospital del aire, de Ernesto García López 

 

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