‘Las horas grises’. Este tiempo arrinconado

Las horas grises

Si nuestra primera incursión en La Plaza Invisible estuvo dedicada al primer libro de María Sánchez-Saorín, la segunda es justamente para el también segundo volumen de Luis Bravo Velasco, Las horas grises, que publica la editorial granadina Comares en su ya histórica colección La Veleta.

Entre frondosos árboles y poblados tendederos, que algo dicen de su mundo, Luis Bravo se ha acercado a la plaza para escuchar nuestro veredicto sobre su melancólica poesía, tan gustosamente deudora de una de las más curiosas y duraderas corrientes de la poesía española de los 80.

Juan Marqués / @jmarquesmartin

Las horas grises
El poeta Luis Bravo, en La Plaza Invisible

En mayo de 2021 Luis Bravo Velasco (Madrid, 1994) se lanzó de cabeza a la piscina editorial con un libro realmente sorprendente, una apuesta verdaderamente radical, insólita entre los poetas de su edad. Aquella ópera prima se titulaba Triestino (Cántico) porque había en ella muchos poemas escritos a la manera de muchos de esos poetas que, allá en los años 80, publicaron libros en la Editorial Trieste, fundada y dirigida por Andrés Trapiello y Valentín Zapatero.

Quien los leyó lo sabe: se trata de una nómina de poetas que creó una escuela, una melodía muy reconocible. Aunque lo cierto es que entre ellos había propuestas y miradas muy diferentes, unidas, eso sí, por algunos principios estéticos elementales (basados sobre todo en la inteligibilidad, en la línea clara, en un afán comunicativo que no era todavía conversacional).

En Triestino, decía, había poemas explícitamente dedicados a algunos de esos poetas, versos golosamente epigonales, pero aquellos nombres estaban además presentes en muchas citas, en muchas dedicatorias y en sendos epílogos firmados por Luis Antonio de Villena y Ángel Rupérez.

Aquel libro, pues, se convertía en un gran homenaje. Pero en mi opinión deberían ser todos esos poetas los que se confabularan algún día para rendir un gran tributo a ese asombroso discípulo que les ha salido, pues nada en su generación (ni en las anteriores) hacía prever un caso así, alguien que regrese a aquellos libros y quiera de algún modo darles continuidad, no sólo a sus poemas sino a su estilo, a sus conquistas.

Y continuidad a sí mismo se da ahora Luis Bravo en su segundo libro, que no sólo sigue muy semejante senda a la de Triestino sino que aparece en La Veleta, la colección que Trapiello abrió en la editorial granadina Comares en 1990, muy poco tiempo después del final de Trieste.

Y tanta continuidad hay que, si el debut terminaba con un poema en el que se escondía una carta de amor entre las ramas de un árbol, ahora Las horas grises comienza Frente a los bosques, y desde esas primeras palabras ya nos encontramos sumergidos en la melancolía, eso que alguien definió como «la alegría por estar triste». Uno juraría que él es aún demasiado joven para andar con esos pesares, pero por otra parte sé perfectamente que las cosas no funcionan así.

No sé si a Luis Bravo le haría mucha gracia saber cuánta gracia me hacen sus poemas, con qué sonrisa los leo, pues, siendo en general tristeantes, nostálgicos, soñadores, a veces incluso lánguidos…, tienen algo enternecedor por un poco posado (que no sobreactuado, sólo un poquito forzado, como quien se va a pasar la tarde a la estación de trenes para ponerse a tono).

Hace falta ser muy valiente para plantarse con estas credenciales en la poesía de hoy

Se diría que van como con ropajes remotos, muy elegantes pero un poco raídos y desde luego anticuados (pero esa veteranía multiplica la elegancia), y que anhelarían un tempo lampedusiano tan anacrónico como bien enfocado, pues los poemas son de excelente factura, de buen y genuino poeta.

Y ocurre, sobre todo, que estos poemas me caen bien: alguien pensará que suenan viejunos o que se trata de una poesía trasnochada, cuando lo cierto es que en este tiempo, más que nunca, demuestran su necesaria originalidad y su vigencia.

Hace falta ser muy valiente para plantarse con estas credenciales en la poesía de hoy. No todo el mundo puede utilizar el adjetivo «rarras» y salir airoso, o recurrir a una sintaxis como ésta, que a menudo exige la relectura y que a veces llega incluso a parecer defectuosa (y que, por supuesto, es impecable).

Palabras en desuso y giros poco frecuentes para crear el clima que el autor desea o necesita: «¿Te atreverás a escribir este tiempo arrinconado / cuando inmerecido sopesaste un sentir / entendido superior si prestado de ajenos versos?»  Los hipérbatos van que vuelan, y también, una vez más, los guiños a poetas lejanos en el tiempo y en el espacio (Keats, Shelley, Edward Thomas, Seifert, Holan) o contemporáneos (Juan Gallego Benot, Candela de las Heras), pero sobre todo a los de los 80: Colinas, Bonet (y, de paso, Pavel Hrádok…), Rupérez…, con coronas también para los siempre luminosos Ramón Gaya o María Victoria Atencia.

No sé si Luis Bravo perseverará en este tono en lo sucesivo pero estoy por anhelar que lo haga. Así, entre todos los experimentos del futuro, entre las corrientes por venir, podremos estar seguros de que, al menos, habrá un poeta con alma, un poeta con bagaje, un poeta con lecturas, un poeta con cosas muy dichas y muy nuevas por decir.

Otoñales

«Merecemos el desánimo, los días sombríos.

No serían lo mismo sin la ayuda del cavilar

y la sugestión, sin previo aviso, que nos pesan

cuando regresamos a los paseos bajo rosas

soportales, al vaivén que se pierde en los parques

entre familias y parejas un domingo. Los versos

que buscan lectores y quien los escribe

trasegando en una imprenta, pocas ilusiones;

Aix-en Provence una tarde, también con libros;

el derrumbe de las caducas, excusa dulce

para no hablar; el olor de la leña por la ciudad

como un marcapáginas equivocado; esa luz

mortecina en las fachadas, que vive y crece».

 

Arboledas

«Arboledas doradas entre el cielo y las vías.

El pasillo de ramas, su aquel machadiano.

Los trenes vigilan a su paso en invierno

piadosos viajeros, arrancando del musgo

desganadas historias. Más fácil así el peaje

del grajo, del libro, del paisaje olvidable,

y estaciones, estaciones. Quizá sea demasiado.

Escasea como virtud saber ausentarse.

Tantos años después

en ambos sigue muriendo la tarde».

 

*Ficha técnica: Luis Bravo, Las horas grises, Granada, Comares, 2022. 80 pág.

*Más La Plaza Invisible: ‘Herederas’: no sólo rabia

 

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