Locura es creer que uno está cuerdo.
Es sublime sensatez pese a que la mayoría, en esto, como en todo, prevalece, como dijo Dickinson –a quien su editor (qué cuerdo) quiso corregir para que su obra fuera más consonante con la de… la mayoría, claro. Pero el arte es otra cosa, y Dickinson lo sabía:
Mucha locura es sublime sensatez –
Para el ojo sagaz –
Mucha sensatez – absoluta locura –
Pero la mayoría
En esto, como en todo, prevalece –
Asiente – y serás cuerdo –
Disiente – y serás peligroso al instante –
y encadenado –[1]
Al principio de Moby Dick, Ismael, aún ajeno a la locura de Ahab, ya sabe que estamos todos locos. Cuando Queequeg observa el ramadán, no se ríe de él, pues tiene gran respeto hacia las obligaciones religiosas de cualquiera, sin que importe qué cómicas sean, y no cabe en mi corazón menospreciar siquiera a una feligresía de hormigas adorando una seta… porque los buenos cristianos presbiterianos deberíamos ser caritativos en estas cosas, y no imaginarnos tan altamente superiores a otros mortales, paganos o lo que sean, a causa de sus ideas semidementes en estos aspectos. Su discurso no tiene desperdicio, pero lo mejor llega hacia el final, cuando dice, aludiendo a su amigo: … dejémosle en paz, digo; y el Cielo tenga misericordia de todos nosotros, de un modo o de otro, estamos terriblemente tocados de la cabeza, y necesitamos un buen arreglo.
Igual entonces la locura, al contrario de lo que algunos piensan, es humildad: la de saberse todos locos. En consecuencia, la cordura no podría ser sino vanidad compartida, es decir, vanidad en serie, la vanidad de la mayoría.
Ambrose Bierce la define así:
Locura, s. Ese «don y divina facultad» cuya energía creadora y ordenadora inspira el espíritu del hombre, guía sus actos y adorna su vida.[2]
En cuanto al loco:
Loco, adj. Dícese de quien está afectado de un alto nivel de independencia intelectual; del que no se conforma a las normas de pensamiento, lenguaje y acción que los conformantes han establecido observándose a sí mismos; del que no está de acuerdo con la mayoría; en suma, de todo lo que es inusitado. Vale la pena señalar que una persona es declarada loca por funcionarios carentes de pruebas de su propia cordura. Por ejemplo, el ilustre autor de este Diccionario no se siente más convencido de su salud mental que cualquier internado en un manicomio, y –salvo demostración en contrario– es posible que, en vez de la sublime ocupación a que cree dedicar sus facultades, esté golpeando los puños contra los barrotes de un asilo y afirmando ser Noé Webster, (autor del diccionario Webster) ante la inocente delectación de muchos espectadores desprevenidos.[3]
Sin embargo, con el pagano –a mi entender– se contradice:
Pagano, s. Ser descarriado que incurre en la locura de adorar lo que puede ver y sentir.
En mi alocada opinión, el pagano –sinónimo en mi diccionario particular de fiel, creyente y cristiano– no puede incurrir en otra cosa que en la cordura.
Sabes que es un hombre serio a su manera alocada. Eso es mejor que ser alocado de una manera seria[4], dice Batsheba a su criada –y compañera– Liddy cuando hablan del señor Troy, que en resumen es un sinvergüenza. Casi prefiero ser alocada de una manera seria, es decir, no hablar nunca en serio salvo cuando bromeo, como ya he dicho otras veces, y como hacen los personajes de Saki.
–Tenía las ideas más descabelladas –dijo Amanda–. ¿Sabes si se dio algún tipo de locura en su familia?
–¿Locura? No, no sé de ninguna. Su padre vive en West Kensington, pero creo que está sano en todo lo demás.
–Tenía la idea de que iba a reencarnarse en una nutria –dijo Amanda.[5]
Reggie Perrin también sabe que para estar cuerdo hay que enloquecer primero, y su esposa, Elizabeth, sabe que es juicioso comportarse de forma absurda alguna vez. Por eso dice a su hija:
–Venga, sé lo bastante sensata como para ser irracional.[6]
Luego hay quien usa la locura para lucirse en la confirmación retroactiva de los hechos, esa grosería tan facilona y cuerda del «lo sabía» y el «te lo dije»:
Resultaba asombroso, ahora que empezaban a levantarse sospechas de locura, cómo se recordaban innumerables circunstancias accesorias para las cuales no cabía más explicación que la existencia de un trastorno mental; entre otras el abandono de la cosecha el verano anterior. [7]
Sea como fuere, y como dice el barón rampante, siempre antes la locura que la estupidez, porque la locura es una fuerza de la naturaleza, para bien o para mal, mientras que la bobería es una debilidad de la naturaleza, sin contrapartida.[8] Y, si no es cierto, al menos sabemos lo que don Quijote, que el tiempo locura todo.
***
(Continuará, muy locamente.)
[La imagen que ameniza este artículo retrata a don Quijote volviéndose loco de mucho leer, de Gustave Doré. Es de dominio público y puede verse entera en GoodReads.]
[1] La traducción es mía.
[2] Diccionario del Diablo, Bierce, Ambrose. Biblioteca de Grandes Escritores.
[3] Diccionario del Diablo, Bierce, Ambrose. Biblioteca de Grandes Escritores.
[4] Lejos del mundanal ruido, traducción de Catalina Martínez Muñoz, Alba Editorial.
[5] «Laura», en Beasts and Super-Beasts, de Héctor Munro, alias Saki. Project Gutenberg. La traducción es mía.
[6] The Fall And Rise Of Reginald Perrin, David Nobbs. La traducción es mía.
[7] Lejos del mundanal ruido, traducción de Catalina Martínez Muñoz, Alba Editorial.
[8] El barón rampante, Italo Calvino. Traducción de Francesc Miravitlles, ed. Bruguera,