En pocas semanas presentará y defenderá una nueva novela, Persianas metálicas bajan de golpe, pero si Marta Sanz (Madrid, 1967) ha tenido la generosidad de acercarse hoy a La Plaza Invisible ha sido advertida de que en este recinto se habla casi exclusivamente de poesía, algo a lo que siempre está dispuesta, precisamente porque no es lo que se le suelen reclamar.
En mayo de 2022 la editorial La Bella Varsovia puso en circulación Corpórea. Poesía 2010-2022, un volumen de cuatrocientas páginas donde se recogían todos los libros de versos de Sanz, junto a algunos proyectos inéditos. Esos libros se habían ido publicando antes en editoriales como Bartleby, pero otros bloques reproducían cuadernos más difíciles de encontrar o recopilaban poemas dispersos, publicados en su día en catálogos o revistas. Todo ello hacía y hace de Corpórea un libro importante, por aglutinador, y su lectura revela definitivamente la relevancia de una poeta muy particular.
Juan Marqués / @jmarquesmartin
P: Supongo que te apetecía muchísimo ver toda tu poesía así, junta, reunida en un solo volumen. ¿Qué sentiste al ver Corpórea? ¿Impresiona?
R: Mucho. Impresiona mucho. Porque a mí me gustan los libros. Por dentro y por fuera. No quiero perderles ese respeto reverencial del que nos dicen que debemos huir como la peste. Intento no ser una fanática ni una sacerdotisa de los libros, ni una ortodoxa, pero tampoco quiero perder esa actitud sorprendida de quien se inicia en la lectura y poco a poco va formando parte del misterio. Así que, cuando me doy cuenta de que yo formo parte de eso como lectora, pero también como escritora, no termino de creérmelo del todo. Es como si pensara ¿esto es mío?, ¿de verdad?, ¿cuánto tiempo ha pasado? Me cuesta reconocerme en el objeto-libro, en todo eso que forma parte de mí y a la vez está fuera de mí a disposición de los demás. Toda la experiencia me sobrecoge bastante y, en cierta medida, me hace volver al principio, a la casilla de salida, a pensar en ella. En la desnudez y en cómo nos vamos abrigando. Si encima el libro es tan bonito como este que ha publicado La Bella Varsovia, al cuidado de Elena Medel, creo que ya no se puede pedir más…
«El humor es la herramienta para meter el dedo hasta el fondo sin que el dolor o el exceso de profundidad grandilocuente resulten obscenos»
P: Tu poesía, en muchos momentos, produce una sensación extraña, pues juega a la confidencialidad extrema, pero con algo que es casi humor, o al menos con un tono a veces festivo, nada desgarrado. Si tu poesía conmociona no es, desde luego, por el camino de lo trágico sino, si acaso, por el de lo inesperado.
R: Me siento muy identificada con tu lectura y te la agradezco. A mí la poesía me interesa en la medida en que dice la verdad. Me interesa cómo las palabras cercan y construyen la verdad. Una verdad que puede ser íntima y conocida por quien la escribe, o absolutamente inesperada. En el juego de escribir, tomándose completamente en serio el lenguaje, es donde aflora ese tipo de conocimiento. Y ahí es donde el sentido del humor para mí es fundamental: es la herramienta para meter el dedo hasta el fondo sin que el dolor o el exceso de profundidad grandilocuente resulten obscenos. Además, a partir de la unión de elementos dispares se pueden realizar descubrimientos: la violencia y la ternura, el daño y el humor… Creo que, en definitiva, nuestro cuerpo es un poco el fruto de esas uniones y, como yo trabajo con la idea de que el cuerpo es texto y el texto es cuerpo, no puedo evitar ese humor en la poesía porque yo soy una mujer mucho más simpática de lo que podría parecer.
P: En ese sentido, tengo la sensación de que en tu poesía, ante todo, te has propuesto ser la persona más libre de la Historia, imponiéndote como único límite las ganas de decir algo, de comunicar algo, de ser entendida. Todo lo demás es desatado, muy original, una poesía muy distinta a casi todas.
R: En los poemas, aspiro a tener la voz de la niña que fui: una niña, consciente de que no podía hacer lo que diera la gana, pero que era lo suficientemente ingenua y descarada como para creer que alguna vez podría hacerlo. En mi poesía procuro expresar esa fuerza elemental, esa rebeldía alunicera y ese retorcimiento de la que se cree mala y lista y, en el fondo, es naif. Sin esa pretensión de libertad radical, creo que no merece la pena escribir. Tampoco creo que merezca la pena escribir sin la conciencia de que estamos rodeadas. Desde esa contractura, esa paradoja y esa alegría, yo escribo.

P: De hecho, la poesía permite cierto desmelenamiento no sólo por definición, por naturaleza, sino por su carácter casi secreto. La mayoría de lectores piensan en ti, claro, como novelista, y muchas otras también como columnista, y los más enterados como crítica literaria… Y sólo unos poquísimos miles sabrían también de tus versos, al menos antes de esta edición… No sé, la poesía es un lugar donde se puede hablar un poco más en confianza, pienso, hay menos gente allá fuera a la que complacer, pero precisamente por ello, tal vez, queremos complacerlos más profundamente.
R: Me parece a mí que ese desmelenamiento de la poesía es muy relativo: los juegos también tienen unas reglas que van pautando la búsqueda. El camino de baldosas amarillas. Incluso si decides meter la piqueta en el camino de baldosas amarillas, incluso cuando desdices las reglas del juego, esa violencia es un sistema en sí mismo. La métrica o la manera de pegarle un hachazo, los encabalgamientos y los pies forzados, la desesperada contención para huir de la rima, el torcerle el cuello al cisne, crean efectos que por una parte desdicen el deber ser de los códigos de la poesía y, por otra, te llevan a intuir la realidad y tu propia posición como observadora de la realidad…
«Tengo la sospecha de que en la lectura de poesía se valora más la imprevisibilidad»
En esa experiencia del lenguaje, que es profundamente imaginativa –más allá de la fantasía estereotipada de las narraciones de éxito–, es quizá donde la poesía te permite un mayor nivel de intrepidez porque tienes la impresión de que quien va a leerte tiene la costumbre de arriesgar en la lectura. Le gusta que le saquen de sus casillas. Tengo la sospecha de que en la lectura de poesía se valora más la imprevisibilidad, no como pirotecnia de la trama, sino como reinvención de códigos artísticos confortables, repetitivos, huecos, que en su reafirmación del estereotipo son asertivos respecto a lo existente. No es que sean asépticos, neutrales, sino que le dan la razón al que manda, como diría el huevo Humpty Dumpty.
Hablar de la rosa en un poema, en épocas de hambruna y represión, no implica un compromiso con una belleza aséptica que sería el objetivo de una literatura idealizada –la perra mentirosa que da título a mi primer poemario–, sino que implica no decir, no hacer visibles, las aristas de la realidad. Esta idea se la robo a Ángela Figuera y no es incompatible con el deseo de evasión que a veces sentimos al leer. Además, creo que la poesía es palabra en el tiempo y ese tiempo es el tiempo de la historia, pero también conecta la poesía con el ritmo. Y en la percepción del ritmo hay una dimensión popular que me interesa mucho. La poesía se dirige a un espacio de recepción que se hace este tipo de preguntas y que disfruta haciéndose este tipo de preguntas. Pero también se dirige a otras personas que sienten la poesía y lo que no se comprende en el centro de la tripa. Como un gusano.
P: Por otra parte, no sé si estarás de acuerdo pero yo diría que, dejando aparte lo formal, en realidad no hay muchísima diferencia entre las distintas provincias de tu literatura, sea narrativa, ensayo o poema. Hay de hecho, toda una sección de Corpórea que procede de Clavícula, pero, aparte de eso, me refiero al espíritu interior, al meollo del asunto. Creo que cada idea o cada necesidad tuya sale en busca de la forma más pertinente de ser dicha, pero la fuente es la misma, y las intenciones, y en buena medida el estilo…
R: Para mí, el estilo es lo que se dice en el arte. El cómo es el qué. Por eso, creo que cada emoción, idea, pregunta, incertidumbre de un ser humano que escribe ha de buscar su propio lenguaje. Cada una de esas pulsiones cuajan en libros diferentes cuya característica fundamental es la búsqueda de las mejores palabras, que no son siempre las más hermosas o las más claras, sino las más pertinentes. Yo pretendo no escribir siempre el mismo libro, porque parto de la idea, profundamente optimista, de que mi pensamiento y mis sentimientos no son siempre idénticos a sí mismos y van mutando con el paso del tiempo. Soy consciente de la decadencia, pero también de los aprendizajes. Me gustaría llevar a cabo el registro de estas mutaciones interiores que no se pueden entender al margen de la contemporaneidad y de las cosas que pasan y de lo ajeno. Por eso, la autobiografía es un espacio inabarcable y lo importante de ella no es la narración pormenorizada de una vida –ejemplar, pequeña, miserable, excepcional, divertida, vulgar–, sino los procedimientos con los que logras que todo lo que contiene esa vida cristalice en un texto que pueda concernir a los lectores. En esa indagación, en la que el cuerpo es lenguaje y el lenguaje cuerpo, las hibridaciones genéricas son inevitables: en Clavícula el texto se rompe por efecto de un dolor que también estaba rompiendo mi cuerpo, y para compartir esa experiencia, que no es sólo mía, recurro al sentido del humor, a la fragmentación y a la mezcla de poesía, relato costumbrista y meditación libresca… Fragmentos del ser en el tiempo. Este propósito también tiene su parte ingenua porque, aunque yo vaya cambiando, hay algo de mí misma que siempre permanece: así, la literatura sería el registro de lo que se transforma, de las crisis, conflictos y licantropías de un ser humano, pero también de lo que permanece en nosotras, nuestros fantasmas, traumas y esa fuerza primigenia, no desgastada por el paso del tiempo, que reivindico en el subtítulo de Corpórea cuando escribo «No quiero perder a mi animal, que no se vaya…».
«cuando se practica una escritura que no pretende ser imitativa con lo anterior o complaciente con lo que existe el concepto de error me parece que no resulta válido»
P: «Cuando escribo poemas / no tengo / nunca / sensación / de equivocarme», decías en el último poema de Vintage…
R: Cuando se busca y no se asumen parámetros, cánones establecidos, cuando se practica una escritura que no pretende ser imitativa con lo anterior o complaciente con lo que existe y es estéticamente hegemónico, el concepto de error me parece que no resulta válido. La niña cuando juega no se equivoca, juega. La poeta cuando escribe, más allá de un corsé genérico o de una expectativa respecto a lo que la poesía debería ser, no se equivoca, explora y el lenguaje –mutante, a contrapelo– actúa como líquido de revelado de secciones de la realidad cuya existencia quedaba desdibujada por no haber sido dichas. No es que no existieran, es que no se tenían en consideración.
Yo soy una firme partidaria de gritar que la realidad existe y que, a veces, más allá de interpretaciones y misterios, como diría mi amiga la excelente poeta Olvido García Valdés, el jardín es el jardín. Literalmente. Otras veces, los jardines suman a su literalidad la de las impregnaciones de la cultura, y con todo eso podemos seguir jugando desde una mezcla de conocimiento e intuición que caracteriza la escritura del poema. En el acto de emisión poética hay responsabilidad, pero no autocensura o miedo… Cuando hablamos de equivocación yo creo que hablamos desde el punto de vista de la recepción más que desde ese otro lugar en el que a alguien le viene un poema a la punta de la lengua y se pone a trabajarlo, a buscar la fórmula, para sacarlo de dentro. En ese momento, hay que confiar en una misma y estar viva como los colibríes y no tener miedo. Luego, cuando te conviertes en lectora de ti misma el asunto es diferente, pero en este instante tenemos el alivio de saber que hay equivocaciones hermosísimas que parece que lo son en un momento y luego dejan de serlo, o al revés… Con lo que el sentido radical de la equivocación en la escritura poética pierde un poco de sentido.
P: En ese mismo Vintage, y puesta a escribir una poética en verso, afirmaste: «En presencia de otros / siempre / preferiría / estar / desnuda».
R: Yo creo que, con esos versos, quería acotar una impresión: la de que lo que nos desnuda en público son nuestros disfraces, indumentarias, artefactos, poemas… En el artificio y en el arte es donde se identifica quiénes somos, donde habita esa verdad que nos convierte en seres singulares: a veces en las ficciones hay más desnudez que en los relatos autobiográficos, y la tercera persona es la estrategia que nos permite ir más allá…
P: El 1 de marzo publicas una nueva novela, de sonoro y muy expresivo título, Persianas metálicas bajan de golpe. ¿Qué puedes adelantarnos sobre ella?
R: Es un libro neorromántico. De ese romanticismo que habla del sueño, las imágenes, las conciencias alteradas, la búsqueda de la identidad, el desacato diabólico a los dioses, los vampiros, el amor, la muerte y la posibilidad de que la revolución y la primavera emerjan del fondo de la tierra aupadas por las manos más imprevisibles. Romanticismo puro: la cara oscura del siglo de las luces, como diría el poeta Guillermo Carnero. El sueño de la razón cuando se pone a producir monstruos. Se sitúa en una metrópolis-continente-mundo llamado Land in Blue (Rapsodia), un lugar de chatarrería y superchería tecnológicas, en el que la vigilancia y el cuidado se confunden: los personajes, humanos o no, se mueven coreográficamente por la metrópolis al ritmo de la banda sonora de persianas metálicas que bajan de golpe. Música e imágenes potentes en un punto del futuro muy reconocible en el presente. Es un libro vonnegutiano de dibujos animados. Una trituradora llena de esperanza. O al menos eso me gustaría que fuera…
*Más La Plaza Invisible: Bernardo Atxaga: «Siempre me ha gustado la literatura luminosa»– Contra el verano, de Rocío Simón – La nimiedad, de Sara Martín –