Moscas

Las moscas

«Iban y venían, de una pared a otra, en silencio, como vuelan las moscas de otoño en las ventanas, cuando ya han pasado el calor, la luz y el verano, penosamente, cansadas e irritadas, arrastrando las alas muertas.»

                                                                         Las moscas del otoño, Irène Némirovsky

Las moscas
Retrato de una mujer de la familia Hofer

Jean Murdock / @jeanmurdock_

Ambrose Bierce dice que Baal, «como Belzebú, es el dios de las moscas, que son engendradas por los rayos de sol en el agua estancada».

El Señor de las Moscas es una cabeza empalada de jabalí en avanzado estado de putrefacción envuelta en las criaturas de Baal.

Cuando yo era niña, una amiga de mi madre me dijo que odiaba a las moscas porque «se posan en la mierda y luego, en nosotros». Después supe que también se posan en la muerte y que hasta nacen de ella. La mosca, como la escatología, engloba la excrecencia y la vida de ultratumba.

Para los griegos el alma era una mariposa o, dicho de otro modo, psyche significa tanto «alma» como «mariposa». La gloria no le corresponde a la mosca. Pero la muerte sí, la descomposición. En 1855, Emily Dickinson escribió I Heard a Fly Buzz When I Died, (Oí una mosca zumbar cuando morí). Se ha especulado, entre otras cosas, sobre si la mosca de Dickinson era una mosca azul, también llamada —oportunamente— moscarda de la carne, y sobre si era un emisario de Satán.

En su Tratado sobre los vampiros, Agustin Calmet refiere que cuando las gentes de Laponia quieren saber lo que sucede muy lejos de donde se encuentran, «envían a sus demonios o a sus almas por medio de ciertas ceremonias mágicas, y valiéndose del sonido de un tambor en el que golpean, o de un escudo pintado de determinada manera; luego, de repente, el lapón cae en éxtasis y así permanece, como sin vida y sin movimiento, a veces hasta veinticuatro horas. Pero es necesario que en este tiempo alguien permanezca a su lado para impedir que lo puedan tocar, que lo llamen o que lo despierten; el mero movimiento de una mosca lo despertaría, y en este caso dicen que moriría al instante o que se lo llevaría el demonio».[1]

Cuentan que el papa Adriano IV falleció así: bebió agua de una fuente en Anagni y le entró por la boca una mosca que se le atragantó. Los médicos no pudieron extraerla y murió asfixiado.

En cierta ocasión, una cantante ejercía su arte en una íntima velada cuando una polilla se le metió en la boca. La mujer calló al instante y en la sala reinó el silencio, hasta que James Joyce, que se contaba entre los presentes, lo rompió diciendo: «El deseo de la polilla por la estrella».[2] La mosca también aspira al sol.

Bierce define la «Cagada de mosca» como el «prototipo de la puntuación»: «Para comprender plenamente el soberbio servicio que la mosca presta a la literatura, basta con dejar una página de cualquier novelista popular junto a un platito de nata y melaza en una habitación soleada y observar «cómo se agudiza el ingenio y se refina el estilo» en proporción directa al tiempo de exposición». A la mosca doméstica la llama Musca maledicta.

«Esas moscas canallas bien se han cuidado de manchar de puntos el retrato de mi mujer», dice Chéjov en El drama.

En un documental sobre Lola Flores se cuenta que la Faraona dijo que volvería en forma de mosca para posarse sobre sus seres queridos y saber cómo estaban. Puede que los lunares de la bata de cola también sean cagadas de mosca, puntos dispuestos al azar por las brillantes hijas de Baal.

«Las moscas comen de lo nuestro y luego salen volando, pedazos sueltos del alma»

En su poema 2 moscas, Bukowski dice que las moscas son trozos de vida furiosos, que están furiosas porque son moscas, que son como pedazos sueltos de alma que faltan en alguna parte.

Me recuerda a la dieta del gusano de Shakespeare descrita en Hamlet: que el gusano es el emperador de la dieta, que nosotros engordamos engordando animales, y que así nos engordamos para los gusanos; que un hombre puede pescar con un gusano que se ha comido a un rey, y comerse luego al pez que se ha comido al gusano.

Las moscas comen de lo nuestro y luego salen volando, pedazos sueltos de alma.

La Musca depicta es un lugar común en la pintura europea de los siglos XV y XVI. Como recogen —entre otros— James N. Hogue en el capítulo «Entomología cultural» de la Enciclopedia de los insectos y la doctora Francesca Whitlum-Cooper en la National Gallery, los entendidos han debatido acaloradamente sobre su presencia en los cuadros, que se ha interpretado como una broma; un alarde de maestría; una señal de que un retrato es póstumo; como símbolo del valor de la vida, que incluye a los más ínfimos objetos de la creación; como una connotación del pecado, de la corrupción y de nuestra naturaleza mortal; como secularizadora de una imagen; como talismán, etcétera.

Plinio el Viejo narra esa anécdota en la que Zeuxis pintó unas uvas tan reales que los pájaros se acercaron a picotearlas. Pues bien, las muscae depictae son tan reales que la muerte y la fruta las rondan por igual.

En Drácula Reinfield se aficiona a juntar moscas y comérselas. Con ellas también engorda a sus arañas, que a su vez da de comer a unos pájaros. Luego pide un gato para alimentarlo con los pájaros, pero se lo niegan, de modo que se los come él.

Es raro que Drácula no pueda aparecerse como un enjambre de moscas.

Todos conocemos La mosca, el relato de George Langelaan que narra la mutación de un hombre en una mezcla de mosca doméstica y humano.

Lichtenberg dijo que al prólogo lo podríamos llamar «matamoscas». En un final alternativo, el protagonista de La mosca muere aplastado bajo el prólogo plúmbeo de un pedante enrollado a modo de periódico —el prólogo, no el pedante—.

San Agustín admitió que ni él podía comprender el propósito de Dios al crear las moscas. Yo digo que las creó para poder crear luego el «matamoscas».

(Continuará, con la mosca detrás de la oreja.)

[1] Tratado sobre los vampiros, Agustin Calmet, traducción de Lorenzo Martín del Burgo, ed. Reino de Cordelia, Madrid,
[2] Bartlett’s Book of Anecdotes, Clifton Fadiman y André Bernard, Nueva York, ed. Little, Brown and Company, 2000.

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