Llega con prisa, vestido con unos vaqueros y camiseta de rayas. Raúl Cimas (Albacete, 1976) nos abre las puertas de su casa para poder hablar, en el poco tiempo de que dispone, sobre cultura y el campo en el que mejor se desenvuelve: el humor.
Por Elena Llera
La Línea Amarilla (LLA): ¿Son malos tiempos para la cultura o esto ya es un lugar común?
Raúl Cimas (RC): Es muy mal tiempo para la cultura, aunque supongo que cada uno habla de lo que le toca. En general, cuando yo empecé a hacer monólogos por Madrid y demás había muchísimas salas pequeñas y conciertos acústicos, algo que ya no se ve tanto. Ahora, salvo excepciones de gente que lo peta mogollón, el nivel de asistencia ha caído, fundamentalmente por una cuestión monetaria. También esa falta de dinero genera una tristeza que quita las ganas de hacer cosas, de divertirse. No tienes más que ver la tele, hace quince años era impensable que hubiese sesenta programas políticos y ahora está constantemente en televisión, cuando antes era una población que tenía otras cosas en la cabeza y querían ir a hacer actividades y tener ocio.
LLA: Y eso que tú ya hiciste una apuesta fuerte por el arte y la cultura desde el inicio al estudiar Bellas Artes.
RC: Bueno, empecé la carrera un poco como en la viñeta de Forges: aparecen dos estudiantes y uno le cuenta al otro en lo que se ha matriculado, todo cosas súper raras, y el otro le contesta “para qué me he apuntado a bellas artes si lo que me gusta es dibujar”. Este tipo de carreras deben tener una salida monetaria, porque es bastante cara, y artística, algo que no tiene cabida en la sociedad actual, lo que hace que al final sea un muro contra el que te das. Desde mi experiencia personal, lo mejor es que te relacionas con personas afines, me encantó convivir con un grupo de gente que tenía esa inquietud. Tú piensa una cosa: la creatividad tiene que tener un valor en la sociedad, y tiene que tener muchas más salidas para poder desarrollarla. No hay tantas oportunidades.
LLA: Hablemos de una faceta que no es tan conocida para el gran público: el cómic. Tus cómics son una faceta de tu trabajo de la que te sientes muy cómodo; por el momento podemos leer Demasiada pasión por lo suyo (2014) y Orgullo brutal, ambos editados por Blackie Books y que son parecidos pero bastante diferentes. En el primero parece que los carismáticos personajes que creas (como Flíper Nazarín) dominan la historia, mientras que en el segundo el hilo conductor es más variado.
RC: En realidad quería extenderme en las historias. En el primero son cinco cortas, y en el segundo hay dos historias largas, aunque luego se llenó con ocurrencias y dibujos hechos en casa y surgió lo que surgió, mostrando las dos historias con menos peso del que realmente quería que tuviesen. Ahora estoy en otra mezcla.
LLA: El elemento común en ambos, además de tenerte a ti como narrador, es tener a Yogur de Piña como maestro de ceremonias, ¿de dónde sale esta idea? ¿Por qué un yogur? En alguna ocasión has dicho que está basado en tu hermano.
RC: Realmente habla como mi hermano pero no es mi hermano. La relación que tenemos y la manera de hablarnos sí, pero con mi hermano no hablamos sólo de mí. Quería hacer una conciencia, pero la que es inútil; Pepito Grillo aconseja para bien y el yogur solamente para mal.
LLA: Raúl, como artista que consagra su vida al humor, ¿qué relación ves entre el humor y el dolor? ¿Primos cercanos o primos segundos?
RC: Hombre, claro, uno es hijo de otro, o es un parapeto. Hay cosas que le duelen al ser humano y que, seguramente, no le duelan al resto de animales (conciencia, ética, incluso un duelo) y ante eso, las personas necesitaban una defensa: el humor fue la manera de defenderse, que no es poco. Aunque bueno, no es solo eso, hay diversos tipos de humor [silencio para pensar]. La risa puede ser un proceso interno también, hay comedias que me encantan pero no me río ni una vez viéndolas. La cosa es divertir y entretener, aliviar: yo creo que el humor es un juguete que te dan precisamente para eso, para que te olvides de las otras cosas y te acuerdes de pasarlo bien, nadie te dirá jamás “Eh, oye, no hagas reír al enfermo” [risas], no hay manera de entender eso como malo, aunque hay gente que siempre ha querido mostrarlo como algo nocivo, especialmente la Iglesia. Eso aparece muy bien explicado en la película El nombre de la Rosa, donde el libro que mata a todos es la Comedia, libro perdido, considerado como el libro del demonio, y el ciego se marca un speech mientras se quema la iglesia donde repite “La risa es la cara del diablo”, por lo que se mata a todos los que quieren conocer los secretos de la comedia por considerarse un invento del diablo. Mata a todos los que leen el libro prohibido, a los que insisten les deja leerla pero los mata por conocer los secretos de la comedia.