Echamos un vistazo al nuevo paradigma que podría alumbrar la educación a distancia provocada por el COVID-19. Nos preguntamos qué deberíamos cambiar para lograr un sistema educativo sólido, que ayude a construir ciudadanos críticos y preparados para un nuevo tiempo. La formación de los docentes, el tipo de evaluación del alumnado y una concepción social de la escuela son algunas de las claves que apuntan expertos como Toni Solano o Yván Pozuelo Andrés.
Elena Llera / @quintapared
El miércoles 11 de marzo de 2020 tuvo lugar una situación sin precedentes en la educación española: en la Comunidad de Madrid, los niños en edad escolar fueron enviados a casa debido a una emergencia sanitaria. En semanas posteriores se sumaron el resto de comunidades autónomas, y hoy, más de tres meses después, siguen en la misma situación, lo cual ha obligado a los docentes de todas las disciplinas a reinventarse y buscar maneras alternativas de enseñanza de manera telemática.
Del trabajo en el colegio al trabajo en casa: ¿por dónde empezamos?
La primera etapa que se vio obligada a adaptarse fue Educación Infantil. La Comunidad de Madrid llevó a cabo el cierre de los centros y el cese de los profesionales que trabajaban en escuelas infantiles públicas[1]. En los niveles concertado y privado, los profesores han seguido dando clase a sus alumnos gracias a videoconferencias y/o directrices que difícilmente podrían haberse conseguido poner en marcha sin la implicación de los padres. En Primaria, los docentes han apostado por un sistema de teletareas que también requiere del papel activo de los familiares con los que conviven estos niños, si bien es cierto que el volumen de trabajo (hay una media de 25 alumnos por aula) se ha visto multiplicado de tal manera que los profesores han tenido que ampliar su jornada laboral a más del doble de lo establecido.
Educación Secundaria y Bachillerato han logrado salvar la situación gracias al conocimiento de los alumnos de las tecnologías, aunque se han llevado desagradables sorpresas con la ineficacia de la competencia digital de muchos ellos: se han creado perfectas tareas en mil colores y con una elaborada reflexión, pero en un correo sin asunto, en mala calidad fotográfica o, en muchas ocasiones, sin el archivo adjunto. Esto, sumado a que cada aula en Educación Secundaria está formada por unos 30 alumnos, ha hecho que muchos docentes se hayan visto esclavizados por un ordenador y por una tiranía repetitiva que poco tiene que ver con su labor diaria: hoy, son más burócratas que docentes.
Ante esta situación novedosa para todos, se plantean diversos problemas. Muchos profesores están teniendo enormes problemas a la hora de evaluar, ya que las herramientas que se han utilizado hasta el momento eran presenciales y están en una carrera a contrarreloj para aprender nuevos métodos e implantarlos. Mientras, los alumnos se vuelven locos con tareas que no terminan de entender, y los padres concilian como pueden el trabajo con la vida laboral, algo que solo consigue aumentar el estrés de estos tres agentes implicados en el aprendizaje.
Por ello, es hora de plantearse las necesidades que tiene la enseñanza por delante tanto de cara al curso siguiente como para crear un sistema relevante y adaptado a la realidad. Quienes están día a día en las aulas coinciden en que son muchos los aspectos que necesitan ser repensados, por lo que consultamos a algunos profesores sobre elementos clave como la formación de los docentes, la evaluación del alumnado y la concepción social de la escuela.
La formación docente: más allá de tu aula
En una época donde gurús que no han pisado aulas o que hace tiempo que se distanciaron de ellas hablan con palabras genéricas y bien sonantes, son muchos los docentes que han dado un paso adelante para alumbrar este camino oscuro que tenemos por delante. Uno de ellos es Toni Solano, profesor de Lengua y director del IES Bovalar (Castellón), nominado al Premio Educa Abanca como Mejor Docente de España en 2017, es conocido por profesores y profesionales educativos por la coherencia de sus ideas y la consistencia de sus propuestas. Solano aboga por la formación del profesorado y la necesaria implementación de intercambios educativos de docentes.
En lo relativo a la formación, admite que las disciplinas que imparten en Secundaria y Bachillerato tienen carencias en la formación inicial ya que “casi ninguna de las titulaciones exigidas para ejercer en esta etapa tiene asignaturas específicas de didáctica, ni siquiera las carreras tradicionalmente orientadas a la docencia, como la Filología o la Historia. El máster de Secundaria es un aporte mínimo a esa formación, pero en muchos casos no tiene vinculación con la realidad de las aulas y se limita a aprendizajes teóricos del ámbito universitario, que requieren ser complementados por ejemplos reales más allá del Prácticum”, nos comenta vía mail de manera rotunda.
Solano recalca, además, que la competencia digital era un punto débil que ha hecho que los docentes en este confinamiento hayan tenido que aprender a “marchas forzadas cuestiones básicas que tendrían que formar parte normal de las clases desde hace años, tales como la gestión de plataformas virtuales o manejar con solvencia las redes”. Y añade que “es cada día más necesario que el profesorado sea autónomo en su formación, localizando y aprovechando recursos de autoaprendizaje que le sirvan para mejorar, bien en cursos o plataformas digitales o bien estableciendo vínculos en redes presenciales o virtuales de docentes”.
«El modelo de formación del profesorado está cambiando y cada docente tiene en cada centro unas necesidades concretas de formación», Toni solano
Otro de los ejes innovadores de su propuesta formativa son los intercambios educativos entre docentes, ya que “el modelo de formación del profesorado está cambiando y cada docente tiene en cada centro unas necesidades concretas de formación”. Este intercambio, basado en inquietudes comunes entre docentes, se puede hacer entre etapas, tal como hacen en su centro con la iniciativa Compartim, donde los compañeros se explican los unos a los otros proyectos o intervenciones interesantes que se han llevado a cabo a lo largo del curso. “También se pueden promover visitas pedagógicas” explica “tanto para ir a conocer experiencias de otros centros como para recibir en el aula a compañeros de otros centros. Lo importante es el diálogo entre iguales que se establece, un diálogo en el que se comparten dudas y certezas, sin dogmas ni miedos”, apunta Solano.
La evaluación. En busca de un sistema no disuasorio
Otra voz a escuchar en la creación de un nuevo paradigma es la Yván Pozuelo Andrés, cuyas ideas sobre la evaluación (o la ausencia de ella) son un soplo de aire fresco. En su obra ¿Negreros o docentes? La rebelión del 10 (Sapere Aude, 2019), Pozuelo reflexiona sobre la opresión que ejercen los docentes en lo que a evaluación se refiere y lo que este proceso esconde. Al preguntarle por su propuesta, no duda en proponer la erradicación del sistema de evaluación tal como lo conocemos, ya que “la evaluación detecta a quién dejar en el fracaso escolar y no cómo sacarlo de esa dinámica”.
Su punto de vista es claro: “No tengo propuesta de evaluación para las clases magistrales, con fichas y libros de texto, basadas en exámenes memorísticos. La evaluación que se aplica es justa para el método de aprendizaje utilizado. Sin embargo, trabajar por proyectos para la adquisición de las competencias a lo largo de toda la escolaridad no tiene otra evaluación que la de corregir los errores, los fallos, y seguir insistiendo en corregirlos”, algo para lo cual el rol del profesor es clave. “No confundamos estar convencido de que la evaluación devalúa con la de no ser exigente en saber si se sabe o sabe hacer lo mínimo que la sociedad considera que deba saber y saber hacer cualquier chico y chica. ¿Cómo lo sabes? Siendo especialista en la materia o en la docencia. ¿O no?”, asevera.
«No confundamos estar convencido de que la evaluación devalúa con la de no ser exigente», Yván Pozuelo
Pozuelo reformula y da una vuelta a la escuela. Resalta la importancia de la coordinación docente, ya que “no hay una sola manera de enseñar. Sí hay una sola manera de no devaluar, la de situar el sistema y a nosotros, los profesores, en el aula, con proyectos, corrigiendo y volviendo a corregir, sin sentenciar al desahucio educativo a ningún alumno”. ¿Cómo? Con la cercanía al alumnado y a su realidad y el trabajo por proyectos dónde enseñar y aprender sean las únicas premisas. La evaluación es el último elemento represivo al alcance de los profesores para poder dar clase. “Pasamos de ‘la Letra con sangre entra’ a ‘la Letra con nota entra’. Paupérrimo método para unas personas que nos hemos formado en acumular conocimientos a través de un mínimo trabajo de pensamiento y reflexión”, explica con rotundidad.
Es cierto, por otra parte, que ya son muchos los profesores que han ido adaptando las prácticas de evaluación a la realidad del aula, dando más peso al desempeño en clase y a los trabajos de elaboración propia, pero todavía queda mucho camino que recorrer en este sentido. Y el confinamiento ha puesto en evidencia cómo la evaluación tradicional carece de sentido porque se convierte en un “copiar y pegar”.
Afortunadamente, como señala Pozuelo, “no pocos docentes se interrogan sobre la evaluación al descubrir su ineficacia, lo subjetivo y arbitrario de su sentencia después de probar decenas de rúbricas ofrecidas por teóricos de la educación y por sus propios intentos de encontrar la ecuación ecuánime de la evaluación”. Lo que nos sirve como punto de partida y de reflexión para repensar el sistema educativo y la búsqueda de nuevas maneras de lograr nuestro objetivo, que al fin y al cabo no es otro que ayudar al alumno a formarse y crecer.
Repensar la escuela: hacia la flexibilidad que requiere nuestro sistema cultural
En muchos aspectos, seguimos anclados en la primera ley educativa que vio la luz en 1857 y que tenía como objetivo principal la formación enciclopédica de los individuos. En una sociedad donde se requería tener una cultura básica, el profesorado se centraba en que los alumnos conocieran el mundo que les rodeaba. Obviamente, nuestra sociedad ha dado un giro copernicano desde entonces. Las sucesivas leyes educativas han intentado re-orientar ese objetivo decimonónico, cabe apuntar que sin demasiado éxito.
Este fracaso legislativo es aún más evidente en los últimos diez años, ya que la revolución que ha supuesto la inclusión digital en la vida privada ha provocado que los términos y condiciones de todos los aspectos sociales hayan cambiado. No debemos buscar ahora solo saber quién es Miguel de Cervantes, sino ser capaces de relacionar la grandeza de su obra a partir de un contexto, ya que en esa búsqueda y camino de investigación no se nos olvidará quién fue ni qué hizo. Aseguran los expertos que debemos abogar por un aprendizaje experiencial, dinámico y activo, tres adjetivos que bien se pueden asociar a la empleabilidad en este siglo, donde importa mucho más la capacidad de adaptación que los contenidos que albergue tu cabeza.
En este sentido, existen notables diferencias entre los centros. Son muchos los que han entendido que se debe enseñar de una manera menos autoritaria y más dinámica, pero la triste realidad es que la división en pupitres, mirando a la pizarra y en silencio mientras habla el profesor pervive más de lo pertinente. No es extraño que la educación a distancia sea una utopía, ya que los alumnos ni ven, ni escuchan al profesor ni lo miran con atención desde sus casas.
Tampoco sienten que deban hacerlo porque las tareas que les piden suelen ser repetitivas y fácilmente susceptibles de plagio. Solo los centros que hace tiempo entendieron la importancia de dar protagonismo al alumno en su aprendizaje parece que van por el camino adecuado, ya que la finalidad debe ser que el maestro o profesor sea un facilitador del aprendizaje que guíe en tiempos de oscuridad a los alumnos y que no sea necesario cuando éstos hayan encontrado su manera de seguir creciendo.
Conseguir que los colegios sean lugares de encuentro y de diálogo, no de separación y silencio; que los alumnos vayan ilusionados y dispuestos a proponer líneas de investigación, no a leer libros antiguos o lejanos de su realidad que les vayan a traer más amargura que alegrías y, sobre todo, que la palabra “colegio” despierte ilusión por el mundo que se abre ante sus ojos y no “obligación” o “aguante” son tareas pendientes de nuestro sistema educativo.
Entonces, ¿qué hacemos?
La solución se dibuja ante nosotros con tanta claridad como dificultad para ser instaurada: una reformulación del concepto de “escuela”, una formación docente en los planos individual y colectivo, y un cambio en el método de enseñanza-aprendizaje y, por ende, la descentralización de la evaluación.
Un primer paso que ya llevan a cabo países nórdicos con sistemas educativos más activos es tener ratios de alumnos por clase mucho más bajos que los nuestros. Algo bastante obvio para que los profesores puedan involucrarse de manera relevante y real en el aprendizaje de cada uno de ellos en su vertiente académica y personal sin caer en el evidente agotamiento emocional que sufren muchos de ellos. Mientras un solo docente tenga a su cargo 30 alumnos o más en cada una de sus clases, como es el caso de las aulas de secundaria, difícilmente podremos llegar a la madurez educativa.
La práctica totalidad de los expertos en educación reclaman esta medida, algo que presumiblemente puede ocurrir (aunque sea de manera temporal y excepcional) en el arranque del curso 20/21. ¿Será el empujón necesario para centrarnos en lo importante de una vez por todas?